“En el valioso archivo histórico de la Cofradía de La O se conservan muchos documentos, fuentes de noticias curiosas; pero también, de enseñanzas ejemplares”. Así comenzaba Rafael Díaz en marzo de 1985, nuestro hermano número 1 en aquellos momentos, una de sus colaboraciones para los cuadernos de Cuaresma de “El Correo de Andalucía”. Y lo traemos a colación porque en fechas recientes ha tenido entrada en nuestro Archivo Histórico, gracias a la generosa aportación de la familia de D. Manuel Manosalbas Gallardo, un sencillo mas no menos interesante documento, para su guarda y custodia como fondo propio de nuestra ya dilatada colección.
Médico de profesión, D. Manuel fue una persona polifacética, con múltiples inquietudes vitales y comprometido cofrade de nuestra Hermandad, en cuya vida participó siempre activamente, llegando a ejercer cargos de responsabilidad en la misma como miembro de la Junta de Gobierno presidida por D. Manuel García García (1970-72). Valga como ejemplo de su grado de compromiso, el permanente desvelo que mostraba por buscar recursos alternativos a la maltrecha economía de la corporación, que le llevaba a organizar eventos tan impensables hoy en día como la rifa benéfica mediante papeletas de un coche con su correspondiente remolque. Siempre generoso con sus amigos, nunca dudó ni un instante en atender sus demandas y poner todo el conocimiento que poseía a su servicio, incluso más allá de su ámbito profesional; así recordamos al Dr. Manosalbas.
El documento que nos ocupa está relacionado con la figura de Don Antonio Castillo Lastrucci. De todos es conocida la enorme trascendencia que tuvo el insigne imaginero para la Semana Santa sevillana en general y para nuestra Hermandad en particular, restituyendo la ilusión devocional a todos los hermanos al entregar, de forma magistralmente restaurada, la efigie de Nuestro Padre Jesús Nazareno y creando de nueva factura la imagen de María Santísima de La O, tan sólo unos pocos meses después de los lamentables sucesos de julio de 1936. Su prolífica obra arroja unos números abrumadores, cifrándose su inventario general en unas 1.150 esculturas. Hasta tal punto cultivó y desarrolló la imaginería procesional sevillana que, como escribió el profesor Antonio de la Banda, “lo hizo de tal manera, que no sólo dejó en ella lo mejor de su arte…, sino que incluso lo malogró a causa de la misma, pues no sólo abandonó otras facetas plásticas en las que había empezado a destacar como hábil artista, sino que, en sus últimos años, amaneró su propia creación imaginera tal vez por los imperativos del no siempre acertado gusto cofradiero”.
Aún siendo cierto que le perjudicase su excesiva producción, la calidad artística de su obra para la crítica especializada está fuera de toda duda. Por citar sólo algunas de ellas, de su primera etapa y quizás la de mayor esplendor, sobresalen las imagenes de Jesús ante Anás, figuras secundarias de su misterio y la Virgen del Dulce Nombre (1922-23), así como el San Juan para la misma Hermandad, de 1924; las esculturas para los misterios de Nuestro Padre Jesús de la Sentencia (excepto el Cristo), de 1929, y de la Presentación de Jesús al pueblo de San Benito. A ésta, su fase más acertada, pertenecen también sus aportaciones a la Hermandad de la Hiniesta: la Santísima Virgen, el Cristo de la Buena muerte (1937-38) y su posterior María Magdalena (1944); la talla completa de María Santísima de La O (1936) y las esculturas para el paso de Nuestro Padre Jesús de la Salud de la Hermandad de San Esteban, en 1940. También debemos resaltar en esta época su destacada faceta como restaurador, donde sobresalen por el calado de las mismas, la de la Virgen de la Esperanza de Triana (1929) ─en la que nos detendremos más adelante por estar relacionada con el documento objeto de esta reseña─, así como la que practicó con felicísimo resultado a Nuestro Padre Jesús Nazareno (1936-37) y al Señor de la Oración en el Huerto en 1942.
El maestro Lastrucci destacó por su capacidad de trabajo y, en una visión de conjunto de su legado artístico, su verdadero valor reside en haber hecho evolucionar la imaginería religiosa heredada del neoclasicismo y romanticismo precedentes, a la vez que supo mantener nuestra tradición escultórica. Reintrodujo el concepto unitario del paso de misterio, algo en desuso desde el barroco, dotando a sus composiciones de escenas de la Pasión de un relato más creíble, valiéndose para ello, además del naturalismo figurativo heredado de su maestro Antonio Susillo, de la novedosa técnica mixta consistente en combinar partes en madera policromada con otras de telas encoladas y coloreadas; todo ello acentuado por un poderoso diálogo y gestualidad dramática entre las figuras, la integración de elementos naturales como árboles o el consabido mobiliario profano de los palacio de Judea. Creó un nuevo modelo de Virgen Dolorosa partiendo de un retrato del natural que pretendía idealizar la belleza afligida de la mujer andaluza, plasmada por primera vez en la Virgen del Dulce Nombre. Admirado por todos, se consagró artísticamente a lo largo de cinco décadas de arduo quehacer, lo que llevó a Antonio Illanes, el mejor de sus discípulos, a afirmar de él que fue “hombre de alta calidad y habilísimo trabajador, de recio tesón, a prueba de desilusiones, muchas veces como estuvo inspirado en el Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de San Julián…Las Hermandades, atraídas por su nombradía, lo han conceptuado como el genuino continuador de nuestra escultura tradicional”.
Siendo consciente pues toda la sociedad de la magnitud de su obra y gran talla humana de Castillo Lastrucci, al final de su vida comenzaron a llegar los merecidos reconocimientos. Las cofradías de Sevilla acuerdan celebrar un homenaje en su honor que tendría lugar el día 1 de mayo de 1961. Para ello promueven un almuerzo fraternal en el restaurante La Raza de nuestra capital, siendo una de las tarjetas-recuerdo impresas para la ocasión, manuscrita al reverso por los protagonistas de nuestro relato, el documento objeto de estas líneas. En ella, Manuel Manosalbas, siempre inquieto y pensando en nuestra Hermandad, se dirigió a D. Joaquín Pedregal, destacado periodista que ejerció responsabilidades en “El Correo”, con especial dedicación a los temas cofradieros y a la sazón primer director del recién creado Boletín de las Cofradías del Consejo de Hermandades, para que rogase al homenajeado D. Antonio Castillo “dedique a la Hermandad de la O este recuerdo”, a lo que el octogenario maestro accedió, dejando manuscrita una sencilla pero entrañable dedicatoria junto al ruego del doctor.
Pero el acontecimiento, lejos de quedarse en un sentido y merecido homenaje en vida al insigne imaginero, cobró un inusitado interés a raíz de cierta afirmación pronunciada por su discípulo, Antonio Illanes, a los postres del almuerzo, que haría correr ríos de tinta cofrade; lo que le otorga, si cabe, un valor añadido a nuestro documento. Años atrás, según Illanes, su maestro tuvo un incidente con la Hermandad de la Esperanza de Triana. Los hermanos de su
Junta de Gobierno le exhortaron retractarse de su afirmación de ser el autor del rostro y las manos de la Virgen, asumiendo exclusivamente su restauración del año 1929. Pero el maestro, ofendido en su dignidad profesional, se negó, lo que Illanes acogió con agrado y en los discursos del almuerzo celebrado en su honor en mayo de 1961, le atribuyó sin paliativos la autoría de la Virgen. Tal fue el revuelo de la polémica suscitada que en 1963, de nuevo a requerimiento del propio Antonio Illanes, Castillo aclaró que, de acuerdo con la Hermandad, su restauración se limitó a hacer la mascarilla y las manos, zanjando de esta manera la cuestión.
Finalmente, manifestar una vez más desde estas líneas nuestro más sincero agradecimiento a la familia Manosalbas por su aportación, tan sencilla como reveladora a poco que se hurgue en la memoria colectiva. De la misma forma ─permítannos la licencia─, agradecer a título póstumo a D. Antonio Castillo Lasrucci su entrañable y cándida dedicatoria, en la cual otorga “nuevos títulos” a nuestra corporación, siendo por su mano desde el 1 de mayo de 1961, además de Pontificia, Real e Ilustre Archicofradía, “la devota y simpática Hermandad de La O”. Como decía Rafael Díaz y ha quedado demostrado, los documentos son fuente inagotable de noticias curiosas y enseñanzas ejemplares. Larga vida a los archivos.