Retiro Virtual de adviento

Retiro Virtual de Adviento

¿Cómo se hace un retiro por internet?

  1. Programa el tiempo necesario para cada una de las jornadas, es aconsejable hacer una por día.
  2. Dedica el momento oportuno dentro de tu jornada, cuando tengas un rato de paz y no estés demasiado cansado para poderte concentrar.
  3. Elige un sitio tranquilo, donde puedas rezar  sin interrupciones, busca una vela para tener encendida, una Biblia pues habrá que ir buscando ciertos datos, y papel y bolígrafo para anotar.

Es aconsejable para que el Retiro Virtual tenga los mismos beneficios que un Retiro presencial, rezar en silencio, si no es posible, confesarnos, asistir a Misa, visitar el Santísimo Sacramento y sobre todo revisar nuestra vida diaria  a raíz de las lecturas y oraciones que se realizarán.

Programa diario

  • Cada día empezaremos con la Señal de la Cruz y  una oración, rezada muy despacio para comprender el sentido de la misma.
  • Leeremos el texto y al terminar reflexiona en silencio y saca tus propias conclusiones de lo aprendido, para poder llevarlo a cabo en nuestra vida diaria.
  • Oración final, Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Tema:

  • 1er Día – Magnificat o Cántico de María.
  • 2º Día – Benedictus o Cántico de Zacarías.
  • 3er Día – Nunc Dumitis o Cántico de Simeón.
  • 4º Día – Gloria in Excelsis  Deo o Doxología Mayor.
  • 5º Día – Otras Doxologías.

Despliega a continuación las información de los diferentes días de este retiro:

En el nombre del Padre, del Hijo……….

 

46María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor,

47se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;

 48porque ha mirado la humildad de su esclava.

 Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,

 49porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:

su nombre es santo,

50y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

51Él hace proezas con su brazo:

dispersa a los soberbios de corazón,

52derriba del trono a los poderosos

 y enaltece a los humildes,

 53a los hambrientos los colma de bienes

 y a los ricos los despide vacíos.

 54Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia

 55—como lo había prometido a nuestros padres—

en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».

 

El Magníficat es un cántico y una oración católica que reproduce las palabras de María en su visita a su pariente Isabel, esposa del sacerdote Zacarías y futura madre de Juan el Bautista. Cuando María visita a Isabel en Ain Karim a 6 km de Jerusalén, Isabel nota como el niño salta y queda llena del Espíritu Santo y exclama:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! 43 ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre».

Y la respuesta de María es este canto de alabanza a Dios por el favor que le había concedido a ella y por medio de ella a todo Israel.

Dentro de la Liturgia de las Horas, el Magníficat se reza en Vísperas y también como oración de Acción de Gracias.

El Magníficat tiene 3 partes bien diferenciadas.

1- Alabanza de María Dios por la elección que hizo de ella, versículos 46-50.

2- Reconocimiento de la obra de Dios en el mundo, versículos 51-53.

3- Cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres, versículos 54-55.

 

En el Evangelio de Lucas, María comienza por proclamar, es decir, anunciar la grandeza de Dios. El gozo de María, su alegría, es en Dios, mi Salvador, que ella lleva en su seno y que se llamará Jesús, es decir, Yahvé salva.

María atribuye esta obra a la pura bondad de Dios, quien se fijó en la humildad de su esclava, es decir, en la pequeñez de su servidora, no escogió como madre del Mesías a una mujer triunfadora, a una reina o a una mujer socialmente victoriosa o espléndida, sino a una sierva ignorada.

El Magníficat es uno de los pasajes más comentados en relación a María, tanto en los documentos de la Iglesia, como en audiencias papales. El Papa Juan Pablo II en una homilía en Zapopán indicó:

“El Magníficat ese espejo del alma de María, en ese poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahvé y el profetismo de la Antigua Alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo evangelio Cristo, es el preludio del Sermón de la Montaña. Allí María se nos manifiesta vacía de sí mismo y poniendo toda su confianza en la misericordia del Padre. En el Magníficat se manifiesta como modelo para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias adversas de la vida personal y social, ni son víctimas de la alineación, como hoy se dice, sino que proclaman con ella que Dios ensalza a los humildes, y si es el caso, derriba a los potentados de su trono”.

Antes de que Jesús predicara las bienaventuranzas, su madre las había cumplido con creces, e incluso se adelanto a proclamarlas con sus propias palabras en el Magnificat. Jesús dijo la bienaventuranzas de los pobres, pero antes María dijo que Dios derriba del trono a los poderosos, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despides vacíos.

En el Magníficat se ven claramente reflejada las principales actitudes de la fe: alabanza y agradecimiento. Alabanza por todo cuanto Dios realiza en nosotros y en el mundo, y agradecimiento por ser agraciados por la misericordia de Dios que se extiende de generación en generación.

Es curioso, si el Magníficat es una oración de alabanza, de júbilo, de un corazón enamorado y en la oración de las Vísperas se venera la memoria de la sepultura de Jesucristo y su descenso de la cruz, ¿cómo se relacionan ambas? En estos cinco puntos lo aclaramos:

  1. El Magníficat nos recuerda la relevancia del sí de María que permite la Salvación del mundo. Es un sí que se nos muestra como guía, un sí que solo puede ser dado con un corazón lleno de amor a Dios. La confianza y fe de María son posibles porque su corazón está lleno de Dios. Incluso sabiendo que tendrá que atravesar una Cruz, aun así, María se alegra porque sabe que su acción repercutirá en la felicidad y justicia de los hombres y Dios la ha recompensado con el reconocimiento de todas las generaciones.
  2. El Magníficat nos presenta una nueva mirada de Dios que se revela en el sacrificio de su Hijo, cambiando esa mirada de temor y lejanía que sobre Dios se tenía en el Antiguo Testamento. María nos muestra en este cántico que el poder de Dios tiene que ver con la misericordia, ella se ve así misma con los ojos de Dios, confronta su pequeñez, su humildad, con la grandeza de la obra del Padre (Jesús en su vientre) y lo muestra cercano. Es un Padre que nos ama infinitamente y que por nuestra Salvación está sacrificando nada menos que a Su Hijo y ella responde a la altura como su sierva. María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes» (Catequesis de Juan Pablo II 6-XI-96).
  3. Jesucristo renueva al mundo y el Magníficat adelanta esta nueva realidad, en primer lugar, estará el amor, los pequeños, los humildes. Es Jesús que viene a renovarlo todo y a dar esa justicia el que mundo reclama. María nos adelanta esto en el Magníficat y nos presenta de alguna manera una nueva forma de vivir, sobria, con una mirada crítica al mundo que nos cuestiona en qué estamos poniendo nuestros anhelos. «Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías».
  4. Cristo libera al mundo y el Magníficat nos revela que significa vivir esta libertad Cristo ha venido a liberarnos de la muerte, y María a través de este canto nos muestra cómo es vivir esa libertad conquistada por Cristo en la Cruz. Es una libertad que se caracteriza por la confianza, por un amor infinito y por la capacidad de mirar el rostro de Dios y experimentar es alegría que la sobrepasa y la hace plena. Una alegría producto de encontrarse libre de pecado y capaz de recibir las grandezas de Dios y comunicarlas a todos. La derrota del pecado mediante el sacrificio de Cristo en la Cruz, es la que nos permitirá experimentar ese mismo júbilo que María manifiesta en el Magníficat.
  1. El Magníficat es un modelo de oración personal, que tiene dentro suyo la historia de la Salvación del mundo, y la alegría de nuestra Madre por amar y saberse amada. Repetirla todos los días y en especial en estos días de Semana Santa nos van a ayudar a formular nuestros propios Magníficat, a cultivar en nuestros corazones una oración llena de alegría, entusiasmo, confianza y júbilo por sabernos amados infinitamente y atrevernos a elevar una alabanza personal con un corazón renovado en María para llegar a Cristo

 

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo……….

 

68«Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

 porque ha visitado y redimido a su pueblo,

69suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo,

70según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

71Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

72realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres,

 recordando su santa alianza

73y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos

74que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,

 le sirvamos 75con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

 76Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor a preparar sus caminos,

77anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados.

78Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

79para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte,

 para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

 

El Benedictus o cántico o canción de Zacarías es la oración que realizó Zacarías al volver a poder hablar tras el nacimiento de su hijo, San Juan Bautista. Zacarías estuvo mudo por nueve meses y una semana, y cuando recobra su voz lo primero que hace es alabar a Dios, no por su hijo, sino por la obra de salvación que ya Dios había comenzado a hacer, según era evidente en la vida de Isabel y María.

Es un cántico de alabanza y gracias a Dios por el Mesías y solo se refiere a su hijo para decir la función que iba a tener en la vida de Jesucristo.

Dentro de la Liturgia de las Horas se reza en Laudes.

Este cántico se puede dividir en dos partes.

1- Acción de gracias por el cumplimiento de las promesas, versículos 68-75.

2- Discurso de Zacarías a su hijo,  versículos 76-79, 79, anunciándolo como un profeta precursor del Mesías.

 

En este cántico, que está lleno de citas y resonancias del Antiguo Testamento, Zacarías comprende lo que está sucediendo y por ello da gracias. Dios va a redimir y liberar a su pueblo, cómo los redimió y liberó antaño de la esclavitud de Egipto, va a hacer realidad las promesas de la alianza hechas a Abraham y aquel niño Juan será el profeta que prepare la entrada del Señor, que hará de su pueblo, un pueblo libre que le sirva en santidad y justicia.

El sol naciente al que se refiere Zacarías en su cántico, es el Mesías, Jesús bajado del cielo para alumbrar al mundo con su luz, “sol de Justicia que traerá en sus rayos la salvación”. Esta luz divina llega a los hombres mientras están en este mundo a través de Jesucristo, que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre.

Dice la parte central “Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de nuestros enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, durante toda nuestra vida”. Desmenucemos esto un poco mejor:

 

Para concedernos que:

1.- Libres de temor. – es decir, que todo lo que Dios anunció y lo que promete, tiene como base el que, a partir del amor y la confianza a Él, termine con el temor y la incertidumbre.

2.- Arrancados de la mano de los enemigos. – o sea, liberados, vencedores, triunfantes con el triunfo de nuestro Señor, sin cadenas, sin yugos, sin vicios.

3.- Le sirvamos. – que le seamos siervos, que le entreguemos nuestra vida como ofenda de gratitud por quitarnos el temor y librarnos de los enemigos.

4.- En santidad. – es decir, apartados para Él, diferentes del resto, separados para nuestro Dios.

5.- En justicia. – en su justicia, que es la misericordia.

6.- En su presencia. – que quiere decir, bajo su mirada, bajo su cuidado, en amistad con Él, con su cercanía y trato constante.

7.- Todos los días de nuestra vida. – Y lo mejor de todo es esto, que debe de ser todos los días, TODOS los días y TODO el día.

 

El mismo evangelista lo define como un cántico profético, surgido del soplo del Espíritu Santo Lc 1, 67,es una bendición que proclama las acciones salvíficas de la historia y la liberación ofrecida por Dios a su pueblo.

La Iglesia reza el cántico de Zacarías cada mañana cuando al salir el sol se disipan la noche y las tinieblas. Lo reza también junto al sepulcro. En efecto, sobre toda la noche de la muerte brilla la aurora de lo alto, Cristo, que con su resurrección venció el señorío del pecado y de la muerte, y trae la restauración de todo en un nuevo universo Ap 21,3-4.

El día de la víspera de Navidad la Iglesia nos propone como evangelio el cántico de Zacarías, ella misma lo entona a diario en la oración de Laudes.

Nosotros como cristianos podemos aplicar el Benedictus en nuestra vida:

  • Anhelar la salvación al igual que Zacarías y como él invocarla en actitud de súplica agradecida. Tenemos necesidad de oración para apresurar la venida del Mesías a nuestras vidas.
  • Buscar la vida, la verdad y el amor que Dios nos ha puesto en el corazón de cada bautizado y que la Iglesia nos da en sus Sacramentos y en la Sagrada Escritura.
  • Ser solidarios como hombres débiles que somos, con otros que aún no han conocido la salvación de Dios, intercediendo por ellos y haciéndonos partícipes del Mensaje de Jesús, mensaje de gozo, alegría y esperanza.

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo……….

 

29«Ahora, Señor, según tu promesa,

puedes dejar a tu siervo irse en paz.

30Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

 31a quien has presentado ante todos los pueblos:

32luz para alumbrar a las naciones

y gloria de tu pueblo Israel».

 

Simeón era un devoto judío a quien el Espíritu Santo le había prometido que no moriría sin haber visto al Salvador. Cuando la Virgen María y San José llevaban al Niño Jesús al Templo de Jerusalén para realizar la ceremonia de consagración del primogénito, Simeón estaba allí y tomó a Jesús en sus brazos y recitó el cántico Nunc Dumitis, también llamado cántico de Simeón.

Es uno de los cuatro cánticos evangélicos, siendo los otros tres el Magníficat o cántico de María, el Benedictus o cántico de Zacarías y el Gloria in Excelsis Deo o adoración de las huestes celestiales, todos ellos recogidos en el Evangelio de Lucas.

Después de haber visto al Mesías y ser un testigo de la Buena Nueva, Simeón está listo para “irse en paz”. El Cántico de Simeón es entonces recitado como una oración nocturna, para que podamos pedir a Dios que nos dé descanso en la noche tras haber sido testigos de sus gracias a lo largo del día, por eso en la Liturgia de las Horas se reza en Completas.

Es un anuncio de la evangelización universal, portadora de la salvación que viene de Jerusalén, de Israel, pero por obra del Mesías-Salvador, esperado por su pueblo y por todos los pueblos. El Espíritu Santo, que obra en Simeón, está presente y realiza su acción también en todos los que, como aquel santo anciano, han aceptado a Dios y han creído en sus promesas, en cualquier tiempo.

Lucas nos ofrece otro ejemplo de esta realidad, de este misterio: es la “profetisa Ana” que, desde su juventud, tras haber quedado viuda, “no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones” (Lc 2, 37).6. Las palabras proféticas de Simeón (y de Ana) anuncian no sólo la venida del Salvador al mundo, su presencia en medio de Israel, sino también su sacrificio redentor.

Las palabras, inspiradas, de Simeón adquieren un relieve aún mayor si se consideran en el contexto global del “Evangelio de la Infancia de Jesús”, descrito por Lucas, porque colocan todo ese período de vida bajo la particular acción del Espíritu Santo. Así se entiende mejor la observación del evangelista acerca de la maravilla de María y José ante aquellos acontecimientos y ante aquellas palabras: “Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él” (Lc 2, 33). La lectura del “Evangelio de la Infancia de Jesús” ya es una prueba de que el evangelista era particularmente sensible a la presencia y a la acción del Espíritu Santo en todo lo que se refería al misterio de la Encarnación, desde el primero hasta el último momento de la vida de Cristo.

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo……….

«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».

Gloria a Dios en los altos cielos

y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.

Te alabamos,

te bendecimos,

te adoramos,

te glorificamos,

te damos gracias por tu inmensa gloria,

Señor Dios, Rey Celestial, Dios Padre todopoderoso.

Señor Hijo unigénito, Jesucristo,

Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre,

Tú que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros;

Tú que quitas los pecados del mundo, acepta nuestra suplica.

Tú que te sientas a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros.

Porque Tú eres el único Santo,

Tú el único Señor,

Tú el único altísimo, Jesucristo,

con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. ¡Amén!

El Gloria es un himno de alabanza de S II, de los más antiguos de la Iglesia, que, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y súplica al Cordero.

El texto comienza con las palabras que los ángeles utilizaron para el anuncio del nacimiento de Jesús a los pastores en Lc 2,14 al que se le añaden versos.

La palabra doxología viene del griego y se refiere a la fórmula de alabanza y glorificación a Dios. Éstas eran de uso común entre los hebreos en las sinagogas, existía la costumbre de terminar los ritos e himnos con una doxología, y los cristianos comenzaron a hacer uso de estas fórmulas de alabanza desde el comienzo de sus predicaciones.

Debe ser cantado por toda la asamblea, todo seguido o bien por dos coros, asamblea y coro. Es propio de los tiempos de Pascua y Navidad, y no se canta en Adviento y Cuaresma.

Lo recitamos o cantamos después del kyrie eleison dentro de los ritos de iniciación de la misa que son:

-canto de entrada,

-saludo inicial,

-acto penitencial,

-Señor, ten piedad, o kyrie

-Gloria,

-Oración colecta.

La finalidad de estos ritos de iniciación es disponer a la Asamblea para la celebración de la palabra y de la Eucaristía.

Este himno ha de crear un clima de aclamación gozosa a la gloria de Dios que es Jesucristo Resucitado, clima de admiración, porque este canto tiene alabanza, entusiasmo, doxología y súplica. Es un canto que resuma alegría, confianza, humildad, y que da al inicio de la Eucaristía, un tono de festividad, por eso también se reza en las solemnidades y en las fiestas.

El Gloria se puede dividir en varias partes:

La primera parte es la más conocida y comienza con la alabanza de los ángeles aquella noche de la Natividad:

“Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.

En el mundo antiguo, era muy común tomar una línea de las Escrituras y usarla como vértice de una amplia doxología. Actualmente, esta práctica nos hace pensar en la Lectio Divina; tomamos un pasaje bíblico para interiorizar la oración y meditación.

 

 

La segunda parte del Gloria es la alabanza y gloria a Dios Padre (gloria dei). En sus inicios, esta sección incluía una forma explícita hacia la Trinidad, pero en su forma actual, la alabanza se dirige al Padre. Tenemos, entonces, esta amplia alabanza hacia el Padre:

“Por tu inmensa Gloria
te alabamos,
te bendecimos,
te adoramos,
te glorificamos,
te damos gracias,
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre todopoderoso”.

 

La fórmula de los tres verbos, alabar, bendecir, adorar, es muy común en latín; unidos, estos tres verbos forman la definición de “glorificar”, nosotros ofrecemos nuestras bendiciones a Dios en forma de alabanza.

Conviene detenerse un momento para pensar en los títulos que el Gloria da a Dios Padre: Señor, Dios celestial, Padre todopoderoso.

Son títulos que indican poder y títulos que indican cuidado y atención por el bienestar. Los padres cuidan a su familia y, en teoría, los reyes y señores también cuidan el bienestar de sus pueblos. Al mismo tiempo, esos tres títulos reflejan lo que afirmamos: que Dios tiene el poder más allá de este mundo.

Luego sigue una amplia sección sobre Jesús, la cual se divide en dos secciones de títulos sobre Jesús y, en la mitad, habla del papel de Jesús en nuestra salvación.

Estos son los primeros títulos:

“Señor, Hijo único, Jesucristo;
Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre…”

 

Jesús es Señor y Cristo, que significa “ungido” y, en latín, “único” es “unigénito”, lo cual nos protege contra la tentación de buscar otras encarnaciones de Dios. El término “Cordero de Dios” tiene una larga y colorida historia dentro de la liturgia. A los Papas de origen griego les gustaba mucho este título; pero los que tenían el latín en su origen, no simpatizaban con ese término. Al final, el término permaneció, ayudándonos a ver a Jesús en su acción sacrificial. Pero, lo interesante es que en esta corta lista el título de Hijo aparece dos veces. En todas las cosas relacionadas con la Trinidad, es importante recordar que cuando se habla de la Trinidad se habla de las relaciones. En la Trinidad, como en la vida, no hay Padre sin que haya Hijo.

 

 

En la sección que sigue, llegamos al papel de Jesús en la Misa y en nuestra salvación.

“…tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros”

En la Eucaristía oramos al Padre, pero en la sección sobre Jesús, está claro que estamos dando gracias al Padre por el don de Jesús, en su papel de sacrificio que nos libera del pecado, y como poderoso intercesor sentado a la derecha del Padre.

Igual que en la primera sección, vemos otros títulos:

“porque sólo tú eres Santo, sólo tú, Señor,
sólo tú Altísimo, Jesucristo…”

Jesucristo es el Santo, el Señor, el Altísimo. Jesús es el Santo de Israel, título que se usa 25 veces en el Antiguo Testamento, generalmente en términos mesiánicos. Su presencia en este texto deja claro que Jesús es el Mesías. Es interesante que la palabra “Señor” está en ambas secciones, incluso si en la liturgia el término generalmente significa que la oración se dirige al Padre. La noción de que las personas de la Trinidad comparten la misma igualdad se manifiesta en el título “Altísimo”: Jesús es Dios, con el Padre y el Espíritu Santo.

Y luego llega el final:

“…con el Espíritu Santo en la Gloria de Dios Padre. Amén.”

Y aquí mencionamos al Espíritu Santo y volvemos a la alabanza del Padre, uniendo todo en una hermosa alabanza Trinitaria.

 

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo…

Doxología Menor

Gloria al Padre,

gloria al Hijo,

gloria al Espíritu Santo,

cómo era en el principio,

ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

 

Es una oración cristiana de carácter trinitario, rezada desde el principio del cristianismo, que se añade al final de algunos salmos, en el término de cada misterio del Rosario o para completar el tríptico piadoso Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

El Gloria es una oración de alabanza a la Santísima Trinidad, nos une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y expresa una unidad que no se debe separar, un solo Dios en tres personas distintas

 

Doxología antes de la Paz.

Tuyo es el reino,

tuyo el poder y la gloria por siempre Señor’.

 

El Catecismo en el nº 2855 explica el sentido de esta aclamación con la que concluimos el Padrenuestro:

“Vuelve a tomar, implícitamente, las tres primeras peticiones del Padrenuestro: la glorificación de su nombre, la venida de su Reino y el poder de su voluntad salvífica. Pero esta repetición se hace en forma de adoración y de acción de gracias, como en la liturgia celestial.

El príncipe de este mundo se había atribuido con mentiras estos tres títulos de realeza, poder y gloria. Cristo, el Señor, los restituye a su Padre y nuestro Padre, hasta que se le entregue el Reino cuando sea consumado definitivamente el Misterio de la salvación y Dios sea todo en todos”

Con esta doxología final, adoramos al Padre, le rendimos culto y le damos gracia en sus tres títulos:

Reino- Dios es el soberano de este mundo y del cielo no hay nada que pueda superar su autoridad.

Poder- Dios tiene el poder de hacer cualquier cosa.

Gloria-A Dios le rinden tributo los seres celestiales y todo su pueblo.

 

Doxología Final y Amén.

Por Cristo con Él y en Él

a ti Dios Padre Omnipotente

en la unidad del Espíritu Santo

todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos

Esta doxología final de la misa en la forma en que la conocemos se ha utilizado desde aproximadamente el siglo VII en toda la cristiandad de occidente. Es la última parte de la plegaria eucarística.

Estas palabras son propias, única y exclusivamente, del Obispo o sacerdote celebrante y de los sacerdotes concelebrantes. Y “la doxología final: por la cual se expresa la glorificación de Dios… es afirmada y concluida con la aclamación Amén del pueblo” (Instrucción General del Misal Romano – IGRM, 78, h). Por tanto, durante la doxología los fieles guardan silencio y sólo intervienen para unirse a dicha doxología con un fuerte y contundente: “AMEN”.

El pueblo cristiano hace suya la plegaria eucarística, y completa la gran doxología trinitaria diciendo: Amén. Es el Amén más solemne de la Misa. En el S. III se enumeraban los privilegios principales del pueblo cristiano en los siguientes términos: oír la oración eucarística, pronunciar el Amén y recibir el pan divino.

Con este Amén, el pueblo rubricaba el santo Sacrificio. S. Agustín dice: “Decir Amén significa suscribir”.

Conclusión: Danos tu opinión sobre este retiro e indica en que temas te gustaría profundizar en este tiempo de Adviento a través del correo formacion@hermandaddelao.es