En el nombre del Padre, del Hijo……….
Resplandezca sobre nosotros,
Padre omnipotente, el esplendor de tu gloria,
Cristo, luz de luz,
y el don de tu Espíritu Santo
confirme los corazones de tus fieles,
nacidos a la vida nueva en tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor, Amén.
En este tiempo Pascual celebramos la alegría de la Resurrección de Jesucristo, está vivo, ha resucitado. Insertados como cristianos en Él, su victoria es nuestra victoria y su triunfo es nuestro triunfo.
Es Pascua, la fe y la Palabra de Dios nos aseguran que no estamos abandonados ni caminamos errante.
Tenemos un Buen Pastor, Jesucristo que nos conoce y nos quiere, para Él somos importantes, sabe nuestros nombres, le importa profundamente todo lo nuestro.
Tampoco somos ovejas perdidas y condenadas a vivir confinadas o en solitario, pertenecemos a un rebaño, la Iglesia de Jesucristo, el grupo de aquellos que quieren seguir la voz y las huellas del Buen Pastor. Jesucristo nos ama y nos quiere, vivos y resucitados.
Con “Historia de la Salvación” entendemos la entrada de Dios en nuestra historia humana y en nuestra vida, es Dios que viene para conducir a todo hombre a su fin último, a su objetivo natural, que es el Reino de Dios.
La enseñanza más importante, el mensaje que el Señor da en cada página de la Biblia, es que Dios interviene con su poder en la historia del hombre, e interviene siguiendo un plan, un proyecto determinado, desde la creación hasta el final de los tiempos.
Israel, este pequeño pueblo fue el escenario de las acciones maravillosas de la salvación.
Todo lo que pasó dentro de esta nación, escogida para ser depositaria de la misión divina, revistió así, carácter sagrado. Todos los acontecimientos, hasta las leyes que reglamentaron la vida social y política, son interpretados y vividos como intervenciones salvíficas del Señor Yahvé.
Con el término de profetas se entiende a cuantos fueron inspirados por el Espíritu Santo para hablar en nombre de Dios y recordar al pueblo la alianza con Dios cuando le eran infieles. Y también para hablarles de la venida del Mesías, la obra reveladora del Espíritu Santo en las profecías del Antiguo Testamento halla su cumplimiento y la revelación plena en el misterio de Cristo en el Nuevo Testamento.
Jesús señala la venida del Espíritu Santo ya anunciada de antemano en el Antiguo Testamento a través de los profetas:
-Joel: “Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizaran, vuestros ancianos soñaran sueños y vuestros jóvenes verán visiones” (Jl. 3, 1-2). Precisamente a este texto del Profeta Joel hará referencia Pedro en el primer discurso de Pentecostés.
-Ezequiel (Ez. 36, 22- 28). Dios anuncia por medio del Profeta, la revelación de su propia santidad, profanada por los pecados del pueblo elegido, especialmente por la idolatría. Por eso, di a la casa de Israel: “Esto dice el Señor Dios: No hago esto por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, profanado por vosotros en las naciones a las que fuisteis. “Manifestaré la santidad de mi gran nombre, profanado entre los gentiles, porque vosotros lo habéis profanado en medio de ellos. Reconocerán las naciones que yo soy el Señor —oráculo del Señor Dios—, cuando por medio de vosotros les haga ver mi santidad. Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar”. Anuncia también que de nuevo reunirá a Israel purificándolo de toda mancha.
Y luego promete: “Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra…infundiré mi espíritu en vosotros yo haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas…seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”. (Ez 36, 26-28)
-Jeremías: Es la única referencia a un “nuevo pacto” en el Antiguo Testamento, y es sin duda el más importante de los dichos de Jeremías. El Señor Dios escribirá su ley en el corazón del individuo. “Ya llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—. Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.(Jr 31, 32-33)
-Juan Bautista: Espíritu colma con sus dones a Juan el Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento, quien, bajo la acción del Espíritu, es enviado para “Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”. ( Lc 1,17), y anunciar la venida de Jesús, Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. ( Jn 1,33)
-María: El Espíritu Santo culmina en María las expectativas y la preparación del Antiguo Testamento para la venida de Jesús, el Cristo. De manera única la llena de gracia y hace fecunda su virginidad, para dar a luz al Hijo de Dios encarnado. Hace de Ella la Madre del “Cristo total”, es decir, de Jesús Cabeza y de la Iglesia su cuerpo. María está presente entre los Doce el día de Pentecostés, cuando el Espíritu inaugura los “últimos tiempos” con la manifestación de la Iglesia.
Desde el primer instante de la Encarnación, el Hijo de Dios, por la unción del Espíritu Santo, es consagrado Mesías en su humanidad. Jesús revela al Espíritu con su enseñanza, cumpliendo la promesa hecha a los Padres, y lo comunica a la Iglesia naciente, exhalando su aliento sobre los Apóstoles después de su Resurrección.
En Pentecostés cincuenta días después de su Resurrección, Jesús glorificado infunde su Espíritu en abundancia y lo manifiesta como Persona divina, de modo que la Trinidad Santa queda plenamente revelada. La misión de Jesús y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia, enviada para anunciar y difundir el misterio de la comunión trinitaria.
-Iglesia: El Espíritu Santo edifica, anima y santifica a la Iglesia; como Espíritu de Amor, devuelve a los bautizados la semejanza divina, perdida a causa del pecado, y los hace vivir en Jesús la vida misma de la Trinidad Santa. Los envía a dar testimonio de la Verdad de Jesús y los organiza en sus respectivas funciones, para que todos den “el fruto del Espíritu”. (Ga 5,22).
El Espíritu Santo guía al Papa, a los obispos, a los presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar la doctrina cristiana, dirigir las almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los sacramentos. Cristo comunica su espíritu a los miembros de su cuerpo y la gracia de Dios que da frutos de vida nueva, según el espíritu a través de los sacramentos. El Espíritu Santo finalmente es el maestro de la oración, es nuestro deber honrar al Espíritu Santo. San Pablo nos recuerda diciendo, “¿no sabéis que sois templo de Dios y que el espíritu habita en vosotros?” (1 Cor3,16).
Conscientes de que el Espíritu Santo está siempre con nosotros, debemos pedirle con frecuencia la luz y fortaleza necesaria para llevar una vida santa y salvar nuestras almas.
Padre Nuestro
Ave María
Gloria