En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo…..
Señor Jesús, nuestro Maestro,
enséñanos a descubrir en los signos
de los tiempos y en los hermanos tu presencia.
Enséñanos a comprender tu misterio pascual
y adorarte y venerarte con firme fe.
Cada vez que nos reunimos junto a ti,
hecho sacramento y presencia,
venimos agobiados y cansados por los afanes cotidianos.
Venimos a ti a tu encuentro para desahogar nuestros corazones
y encontrar descanso y alivio a nuestras fatigas.
Haz que escuchemos tu voz
y escucha nuestras palabras de acción de gracias y de súplica,
tú que vives y reinas por los siglos de los siglos….
En el Catecismo de la Iglesia Católica nº 2590 al 2597, se nos explica la historia de la oración:
“La oración es la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de bienes convenientes” (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68).
“Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso con Él. La oración acompaña a toda la historia de la salvación como una llamada recíproca entre Dios y el hombre.
La oración de Abraham y de Jacob aparece como una lucha de fe vivida en la confianza a la fidelidad de Dios, y en la certeza de la victoria prometida a quienes perseveran.
La oración de Moisés responde a la iniciativa del Dios vivo para la salvación de su pueblo. Prefigura la oración de intercesión del único mediador, Cristo Jesús.
La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la morada de Dios, del Arca de la Alianza y del Templo, bajo la guía de los pastores, especialmente del rey David, y de los profetas.
Los profetas llaman a la conversión del corazón y, al buscar ardientemente el rostro de Dios, como Elías, interceden por el pueblo.
Los Salmos constituyen la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento. Presentan dos componentes inseparables: personal y comunitario. Y cuando conmemoran las promesas de Dios ya cumplidas y esperan la venida del Mesías, abarcan todas las dimensiones de la historia.
Rezándolos en referencia a Cristo y viendo su cumplimiento en Él, los Salmos son elemento esencial y permanente de la oración de su Iglesia. Se adaptan a los hombres de toda condición y de todo tiempo”.
Y continúa diciendo en el 2643 y 2644:
“La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la “ofrenda pura” de todo el Cuerpo de Cristo a la gloria de su Nombre (cf Ml 1, 11); es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, “el sacrificio de alabanza”.
El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo, la educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que se renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: bendición, petición, intercesión, acción de gracias y alabanza”.
- La bendición y la adoración
La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición. Dos formas fundamentales expresan este movimiento: o bien la oración asciende llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido; o bien implora la gracia del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende de junto al Padre (es Él quien nos bendice). La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el “Rey de la gloria” (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios “.
CIC 2645: “Gracias a que Dios le bendice, el hombre, su corazón puede bendecir, a su vez, a Aquel que es la fuente de toda bendición”.
- La oración de petición
La oración de súplica está llena de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso “luchar en la oración” (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él. El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación, frecuentes en el Antiguo Testamento.
En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada día. La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: “Oh Dios ten compasión de este pecador” Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces “cuanto pidamos lo recibimos de Él” (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la Eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.
CIC 2646: “La oración de petición tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier necesidad verdadera”.
III. La oración de intercesión
La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. Él es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular. El propio Espíritu Santo “intercede por nosotros […] y su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rm 8, 26-27). Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios.
CIC 2647: “La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos”.
- La oración de acción de gracias
La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte cada vez más en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza. Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de san Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre está presente en ella. “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros” (1 Ts 5, 18). “Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Col 4, 2).
CIC 2648:”Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser motivo de oración de gracias, la cual, participando de la de Cristo, debe llenar la vida entera: “En todo dad gracias” (1 Ts 5, 18).
- La oración de alabanza
La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8, 16), da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término: “un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros”. La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la “ofrenda pura” de todo el Cuerpo de Cristo a la gloria de su Nombre (cf Ml 1, 11); es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, “el sacrificio de alabanza”
CIC 2649:” La oración de alabanza, totalmente desinteresada, se dirige a Dios; canta para Él y le da gloria no sólo por lo que ha hecho sino porque ÉL ES”.
La alabanza es una sublime forma de oración, va más allá de una petición, quien alaba a Dios expresa su reconocimiento y gratitud por la perfección divina, la alabanza propicia una actitud de confianza y entrega a Dios, quien alaba permite que el Espíritu Santo habita en él Quién ama a Dios no puede dejar de alabarlo y quien le alaba crecerá en el amor.
Padre Nuestro
Ave María
Gloria