Retiro Virtual de Pascua

Retiro Virtual de Pascua

¿Cómo se hace un retiro por internet?

1-Programa el tiempo necesario para cada una de las jornadas, es aconsejable hacer una por día.

2-Dedica el momento oportuno dentro de tu jornada, cuando tengas un rato de paz y no estés demasiado cansado para poderte concentrar.

3-Elige un sitio tranquilo, donde puedas rezar tranquilamente, busca una vela para tener encendida, una Biblia pues habrá que ir buscando ciertos datos, y papel y bolígrafo para anotar.

Es aconsejable para que el Retiro Virtual tenga los mismos beneficios que un Retiro presencial, rezar en silencio, si no es posible confesarnos, asistir a Misa, visitar el Santísimo Sacramento y sobre todo revisar nuestra vida diaria  a raíz de las lecturas y oraciones que se realizarán.

Programa Diario

Cada día empezaremos con la Señal de la Cruz y  una oración, rezada muy despacio para comprender el sentido de la misma.

Leeremos el texto y al terminar reflexiona en silencio y saca tus propias conclusiones de lo aprendido, para poder llevarlo a cabo en nuestra vida diaria.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Tema:

1º Día: El Espíritu Santo en la Historia de la Salvación.

2º Día: Creo en el Espíritu Santo.

3º Día: Espíritu Santo de la verdad, abogado y defensor.

4ª Día: María, esposa del Espíritu Santo.

5º Día: Tiempo del Espíritu Santo.

En el nombre del Padre, del Hijo……….

Resplandezca sobre nosotros,
Padre omnipotente, el esplendor de tu gloria,

Cristo, luz de luz,

y el don de tu Espíritu Santo

confirme los corazones de tus fieles,

nacidos a la vida nueva en tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor, Amén.

En este tiempo Pascual celebramos la alegría de la Resurrección de Jesucristo, está vivo, ha resucitado. Insertados como cristianos en Él, su victoria es nuestra victoria y su triunfo es nuestro triunfo.

Es Pascua, la fe y la Palabra de Dios nos aseguran que no estamos abandonados ni caminamos errante.

Tenemos un Buen Pastor, Jesucristo que nos conoce y nos quiere, para Él somos importantes, sabe nuestros nombres, le importa profundamente todo lo nuestro.

Tampoco somos ovejas perdidas y condenadas a vivir confinadas o en solitario, pertenecemos a un rebaño, la Iglesia de Jesucristo, el grupo de aquellos que quieren seguir la voz y las huellas del Buen Pastor. Jesucristo nos ama y nos quiere, vivos y resucitados.

Con “Historia de la Salvación” entendemos la entrada de Dios en nuestra historia humana y en nuestra vida, es Dios que viene para conducir a todo hombre a su fin último, a su objetivo natural, que es el Reino de Dios.

La enseñanza más importante, el mensaje que el Señor da en cada página de la Biblia, es que Dios interviene con su poder en la historia del hombre, e interviene siguiendo un plan, un proyecto determinado, desde la creación hasta el final de los tiempos.

Israel, este pequeño pueblo fue el escenario de las acciones maravillosas de la salvación.
Todo lo que pasó dentro de esta nación, escogida para ser depositaria de la misión divina, revistió así, carácter sagrado. Todos los acontecimientos, hasta las leyes que reglamentaron la vida social y política, son interpretados y vividos como intervenciones salvíficas del Señor Yahvé.

Con el término de profetas se entiende a cuantos fueron inspirados por el Espíritu Santo para hablar en nombre de Dios y recordar al pueblo la alianza con Dios cuando le eran infieles. Y también para hablarles de la venida del Mesías, la obra reveladora del Espíritu Santo en las profecías del Antiguo Testamento halla su cumplimiento y la revelación plena en el misterio de Cristo en el Nuevo Testamento.

Jesús señala la venida del Espíritu Santo ya anunciada de antemano en el Antiguo Testamento a través de los profetas:

-Joel: “Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizaran, vuestros ancianos soñaran sueños y vuestros jóvenes verán visiones” (Jl. 3, 1-2). Precisamente a este texto del Profeta Joel hará referencia Pedro en el primer discurso de Pentecostés.

-Ezequiel (Ez. 36, 22- 28). Dios anuncia por medio del Profeta, la revelación de su propia santidad, profanada por los pecados del pueblo elegido, especialmente por la idolatría. Por eso, di a la casa de Israel: “Esto dice el Señor Dios: No hago esto por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, profanado por vosotros en las naciones a las que fuisteis. “Manifestaré la santidad de mi gran nombre, profanado entre los gentiles, porque vosotros lo habéis profanado en medio de ellos. Reconocerán las naciones que yo soy el Señor —oráculo del Señor Dios—, cuando por medio de vosotros les haga ver mi santidad. Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar”.  Anuncia también que de nuevo reunirá a Israel purificándolo de toda mancha.

Y luego promete: “Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra…infundiré mi espíritu en vosotros yo haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas…seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”. (Ez 36, 26-28)

-Jeremías: Es la única referencia a un “nuevo pacto” en el Antiguo Testamento, y es sin duda el más importante de los dichos de Jeremías. El Señor Dios escribirá su ley en el corazón del individuo.Ya llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—. Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.(Jr 31, 32-33)

-Juan Bautista: Espíritu colma con sus dones a Juan el Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento, quien, bajo la acción del Espíritu, es enviado para “Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”. ( Lc 1,17), y anunciar la venida de Jesús, Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. ( Jn 1,33)

-María: El Espíritu Santo culmina en María las expectativas y la preparación del Antiguo Testamento para la venida de Jesús, el Cristo. De manera única la llena de gracia y hace fecunda su virginidad, para dar a luz al Hijo de Dios encarnado. Hace de Ella la Madre del “Cristo total”, es decir, de Jesús Cabeza y de la Iglesia su cuerpo. María está presente entre los Doce el día de Pentecostés, cuando el Espíritu inaugura los “últimos tiempos” con la manifestación de la Iglesia.

Desde el primer instante de la Encarnación, el Hijo de Dios, por la unción del Espíritu Santo, es consagrado Mesías en su humanidad. Jesús revela al Espíritu con su enseñanza, cumpliendo la promesa hecha a los Padres, y lo comunica a la Iglesia naciente, exhalando su aliento sobre los Apóstoles después de su Resurrección.

En Pentecostés cincuenta días después de su Resurrección, Jesús glorificado infunde su Espíritu en abundancia y lo manifiesta como Persona divina, de modo que la Trinidad Santa queda plenamente revelada. La misión de Jesús y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia, enviada para anunciar y difundir el misterio de la comunión trinitaria.

-Iglesia: El Espíritu Santo edifica, anima y santifica a la Iglesia; como Espíritu de Amor, devuelve a los bautizados la semejanza divina, perdida a causa del pecado, y los hace vivir en Jesús la vida misma de la Trinidad Santa. Los envía a dar testimonio de la Verdad de Jesús y los organiza en sus respectivas funciones, para que todos den “el fruto del Espíritu”. (Ga 5,22).

El Espíritu Santo guía al Papa, a los obispos, a los presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar la doctrina cristiana, dirigir las almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los sacramentos. Cristo comunica su espíritu a los miembros de su cuerpo y la gracia de Dios que da frutos de vida nueva, según el espíritu a través de los sacramentos. El Espíritu Santo finalmente es el maestro de la oración, es nuestro deber honrar al Espíritu Santo.  San Pablo nos recuerda diciendo, “¿no sabéis que sois templo de Dios y que el espíritu habita en vosotros?” (1 Cor3,16).

Conscientes de que el Espíritu Santo está siempre con nosotros, debemos pedirle con frecuencia la luz y fortaleza necesaria para llevar una vida santa y salvar nuestras almas.

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo……….

Resplandezca sobre nosotros,
Padre omnipotente, el esplendor de tu gloria,

Cristo, luz de luz,

y el don de tu Espíritu Santo

confirme los corazones de tus fieles,

nacidos a la vida nueva en tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor, Amén.

 

Después de la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos comenzaron a reunirse los domingos, el día de la Resurrección del Señor, para celebrar la “fracción del pan”, la presencia viva de su maestro y para tomar fuerzas, para vivir con un sentido cristiano la vida y para anunciar como testigos la Buena Noticia del Evangelio.

Muy pronto quisieron también una vez al año, celebrar de modo más solemne el aniversario de la Pasión, Muerte y Resurrección, y lo hicieron como nosotros lo realizamos en la Vigilia Pascual, pasando unas horas de la noche en vela, para leer y escuchar la Palabra de Dios, rezar, cantar salmos, rememorar la gran alegría de la Resurrección y culminar el encuentro con la celebración de la Eucaristía.

En la Noche Santa, todos los elementos que aparecen en esta liturgia son símbolos que nos hablan de Cristo resucitado.

El fuego, símbolo de Cristo que, como Él, alumbra, da calor, da vida, purifica, pureza, destruye adherencia, modela, congrega, hace comunidad, crea amistad.

La luz, el Cirio Pascual, símbolo de Cristo que, como Él, ilumina, da calor, destruye tinieblas, ayuda a ver y a caminar, se desgasta alumbrando, dándose, una luz que juzga, congrega, hace comunidad, contagia y se difunde, se fortalece y hace mayor al unirse con otros.

El agua de la liturgia bautismal, símbolo de Cristo de su gracia salvadora que, como Él, lava limpia, purifica, alimenta, refresca, da vida, produce alegría, relaja, descansa y es alegre en los manantiales, dócil en los recipientes y variada en el mar y en los ríos.

Con la Resurrección de Jesucristo, llegó también la Pascua para sus discípulos, es decir, la sensación de alegría, de victoria, de valentía, la hora del testimonio, cambiaron su forma de entender la vida, cambiaron sus actitudes con respecto a los demás, su forma de pensar, de vivir y de actuar. Actuaban en nombre de Jesucristo y con la fuerza de su Espíritu, eran como hombres nuevos, renovados, ilusionados, llenos de esperanza, su tristeza se transformó en alegría y su miedo en fuerza misionera se transformaron en apóstoles y en testigos.

Sabemos que los apóstoles en un primer momento no fueron capaces de entender casi nada de la vida y de la muerte de Jesús, su maestro, le faltaba algo esencial, la experiencia personal de Cristo resucitado.

Con Cristo resucitado y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, cambio total y radicalmente sus vidas, su mentalidad, su modo de entenderlo todo, revoluciona sus actitudes, pasan a tener gozo, alegría, paz interior, emoción.

Esta transformación, que se da en la vida de los apóstoles es para nosotros como una llamada del Señor en estos días. Si queremos creer de verdad en Cristo resucitado, necesitamos como los apóstoles estar con Jesucristo, pasar ratos con Él, tener experiencia personal, de dejarnos resucitar y transformar por Él, y así aumentará nuestra fe y confianza segura en Él.

Esa es nuestra meta, también ser transformados por la gracia del Señor, por la fuerza del Espíritu Santo en apóstoles y en testigos de su resurrección.

La resurrección de Jesucristo es el misterio más importante de nuestra fe cristiana en la resurrección de Jesucristo, está en el centro de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación, el sentido de nuestra vida.

Los apóstoles, cuando se encuentran con Cristo resucitado y experimentan la realidad de su presencia llena de vida y amor. Creen que Dios lo ha resucitado, se convencen y creen que Jesús es el Señor, que está sentado a la derecha del Padre por toda la eternidad. Desde ese momento y con la presencia en su persona del Espíritu Santo y sus dones, serán ya hombres y mujeres nuevas, testigos gozosos de la resurrección de Jesucristo, el Espíritu Santo llena sus vidas de Espíritu de Cristo resucitado.

Nosotros recibimos el Espíritu Santo tanto en el bautismo como en la confirmación, quién recibe el bautismo es sumergido en la muerte de Cristo, y resucita como Él, como una nueva criatura.

La liturgia del sacramento de la confirmación comienza con la renovación de las promesas del bautismo y la profesión de fe de los que van a ser confirmados y así se manifiesta que la confirmación constituye una prolongación del bautismo. Después, el obispo extiende las manos sobre todos los confirmados, gesto que desde el tiempo de los apóstoles es signo del don del Espíritu Santo y luego los unge con el santo crisma en la frente, para que reciban el don del Espíritu Santo.

Con la resurrección de Jesucristo tuvo lugar la máxima difusión del Espíritu Santo, es el don que Jesús resucitado desde el Padre, manda a la Iglesia. El Espíritu Santo asiste siempre a la comunidad cristiana, congrega constantemente a los cristianos en la Iglesia. El Espíritu Santo es Dios como el Padre y el Hijo, formando la Trinidad.

“Creo en el Espíritu Santo Señor y Dador de vida que procede del Padre y del Hijo que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los profetas”.

El Espíritu Santo es el que viene después y en virtud de la partida de Cristo. Las palabras de Jesús en Jn 16,7, expresan una relación de naturaleza causal, “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy os lo enviaré”.

La venida del Espíritu y todo lo que de ella se derivará en el mundo será fruto de la redención de Cristo, la venida del Espíritu Santo después de la ascensión al cielo, la pasión y muerte redentora de Cristo producen entonces su pleno fruto, la Encarnación alcanza su eficacia redentora mediante el Espíritu Santo. Cristo al marcharse de este mundo no solo deja su mensaje salvífico, sino que da el Espíritu Santo, la eficacia del mensaje y de la misma retención en toda su plenitud.

El Espíritu Santo es quien hace fecunda la Palabra de Dios en el corazón del hombre, es quien nos hace comprender su Palabra y que la podamos vivir, es también quien nos une con el Padre y con el Hijo en oración, nos mueve a alabar a Dios y a proclamarlo Señor de nuestras vidas:

«Nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Co 12, 3). «Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!» (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia (Cat. Nº 683).

Creer en el Espíritu Santo es estar convencidos de que él va a renovar permanentemente nuestra vida, haciendo que de nuestro interior broten «ríos de agua viva» (Jn 7, 38–39). Es creer que en nosotros también es posible vivir un continuo Pentecostés, pues el Espíritu de Dios es ese «viento huracanado» que no nos deja conformarnos, instalarnos, estancarnos en lo poco o mucho que hayamos alcanzado. Es un vendaval que anima y sostiene no sólo nuestras vidas desde un punto de vista individual, sino también nuestras comunidades y la Iglesia entera. Por ello es que nos dirigimos al Padre diciéndole: «Envía tu Espíritu Señor, y renueva la faz de la tierra».

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo……….

Resplandezca sobre nosotros,
Padre omnipotente, el esplendor de tu gloria,

Cristo, luz de luz,

y el don de tu Espíritu Santo

confirme los corazones de tus fieles,

nacidos a la vida nueva en tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor, Amén.

 

En el discurso de despedida dirigido a los apóstoles en el Cenáculo, Jesús promete la venida del Espíritu Santo como nuevo y definitivo defensor y consolador. Aquel discurso de despedida se encuentra en la narración solemne de la última cena.

El Espíritu Santo es quien, después de la partida de Cristo, mantendrá entre los discípulos la misma verdad, que Él ha anunciado y revelado. Es verdad que la misión mesiánica de Jesús duró poco, demasiado poco para revelar a los discípulos todos los contenidos de la revelación y no solo fue breve el tiempo a disposición, sino que también resultaron limitadas la preparación y la inteligencia de los oyentes. Varias veces se dice que los mismos apóstoles “estaban desconcertados en su interior” y “no entendían” o bien entendían erróneamente las palabras y las obras de Cristo. Así se explican en toda la plenitud de su significado las palabras del Maestro, “cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,13).

La primera confirmación de esta promesa de Jesús tendrá lugar en Pentecostés y en los días sucesivos, como atestiguan los Hechos de los Apóstoles, pero la promesa no se refiere solo a los apóstoles y a sus inmediatos compañeros en la evangelización, sino también a las futuras generaciones de discípulos y de confesores de Cristo. El Evangelio, en efecto, está destinado a todas las naciones y a las generaciones siempre nuevas que se desarrollan en el contexto de las diversas culturas y del múltiple progreso de la civilización humana.

“El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” ( Jn 14,26).

El recordar es la función de la memoria, recordando se vuelve a lo pasado, a lo que se ha dicho y realizado, renovando así en la conciencia las cosas pasadas y casi haciendo las revivir. El testimonio del Espíritu de la verdad se identifica así con la presencia de Cristo, siempre vivo con la fuerza operante del Evangelio, con la actuación creciente de la redención, el Espíritu Santo guía a la Iglesia hasta la verdad completa.

De este modo, el Espíritu de la verdad continuamente anuncia los acontecimientos futuros, continuamente muestra la humanidad este futuro de Dios, que está por encima y fuera de todo futuro temporal y así llena de valor eterno al futuro del mundo. Así, el Espíritu convence al hombre, haciéndolo entender que con todo lo que es, y tiene, y hace está llamado por Dios en Cristo la salvación. Así, el paráclito, el espíritu de la verdad es el verdadero consolador del hombre, defensor y abogado garante del Evangelio en la historia, de modo que siempre ilumina el camino del hombre.

Paracletos significa literalmente “aquel que es invocado” de para-kalein, “llamar en ayuda” y, por tanto, “el defensor, el abogado”, además del “mediador” que realiza la función de “intercesor”.

Cuando Jesús en el Cenáculo, la vigilia de su pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa en la siguiente manera, “el Padre os dará otro Paráclito”. Con estas palabras se pone de relieve que el propio Cristo es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será semejante a la que Él ha realizado, constituyendo casi su prolongación, porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha liberado del pecado y de la muerte eterna.

El Espíritu Santo Paráclito será el abogado defensor de los apóstoles y de todos aquellos que a lo largo de los siglos serán en la Iglesia los herederos de su testimonio, de su apostolado, especialmente en los momentos difíciles que comprometerán su responsabilidad tal heroísmo.

El Espíritu Santo es el paráclito abogado que se encuentra cerca de los apóstoles, se les hace presente cuando ellos tienen que confesar la verdad, motivarle y defenderla, él mismo se convierte entonces en su inspirador, él mismo habla con sus palabras y juntamente con ellos y por medio de ellos, da testimonio de Cristo y de su Evangelio.

Ante los acusadores, él llega a ser como el abogado invisible de los acusados por el hecho de que actúa como su patrocinador, defensor y confortador.

Podemos concluir que el Espíritu Santo paráclito es un asiduo abogado y defensor de la obra de la salvación y de todos aquellos que se comprometen en esta obra, y es también el garante de la definitiva victoria sobre el pecado y sobre el mundo sometido al pecado para librarlo del pecado e introducirlo en el camino de la salvación.

 

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo……….

Resplandezca sobre nosotros,

Padre omnipotente, el esplendor de tu gloria,

Cristo, luz de luz,

y el don de tu Espíritu Santo

confirme los corazones de tus fieles,

nacidos a la vida nueva en tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor, Amén.

 

Siempre hemos escuchado que María es la esposa del Espíritu Santo. El Espíritu se hace esposo de la bienaventurada Virgen María, nos da testimonio de lo que Él puede llegar a hacer a los hombres.

Esta íntima unión es la muestra más clara de lo que consiste el verdadero amor y se evidencia en la Anunciación, donde gracias a la fe María, al recibir el Espíritu, fructifica al concebir en su seno al Hijo de Dios.

En María vemos reflejada la obra del Espíritu Santo, pero también ella, con su testimonio de fe y discipulado, nos permite descubrir el poder santificador que el Espíritu tiene sobre los hombres, cuando éstos se permiten guiar por él.

La unión de María con el Espíritu da como fruto la vida de Jesús, su Encarnación, pero esta misión no se limita solo a la Encarnación del Verbo, sino también hace que por la intercesión de María Jesús nazca en el corazón de todos los hombres.

El Papa Benedicto XVI decía que <<no hay Iglesia sin Pentecostés y no hay Pentecostés sin la Virgen María>> Regina Coeli 23-5-2010.

El cristiano que desea comprender el camino de la espiritualidad, debe acercarse necesariamente al ejemplo de María. Ella no entendió completamente la obra de Dios desde el momento inicial de su historia, pero por la aceptación de la fe se hizo Madre del Redentor y poco a poco fue meditando en su corazón toda aquella sabiduría que el Padre le permitió conocer.

 

 

Es por esto que María tenía que ir haciendo camino en el Espíritu, necesitaba entrar progresivamente en el conocimiento del Reino que su Hijo instauró en el mundo, y esto solo es posible en un verdadero camino de oración.

La cima de este camino espiritual se encuentra en la espera de Pentecostés. María, hace de instrumento perfecto del Espíritu, transmitiéndole sus anhelos, implorando este auxilio sobre la Iglesia naciente, para lograr caminar en la voluntad de Dios y de esa manera alcanzar la plenitud de la alegría.

María, al ser entregada por su Hijo como madre del discípulo, y en él, como Madre de la comunidad naciente, se convierte en el corazón de la Iglesia.

Esto es lo que ha permitido que desde los padres de la Iglesia hasta el magisterio actual se identifica a María como prototipo de la Iglesia, pues en Ella se descubre el testimonio de la fe, de la fidelidad, de la valentía, abnegada, del servicio y la entrega, de permanencia siempre en el Espíritu.

Por todo esto no se entiende a un católico que no sea devoto de María ni a un devoto de María que no sea buen católico.

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo……….

Resplandezca sobre nosotros,
Padre omnipotente, el esplendor de tu gloria,

Cristo, luz de luz,

y el don de tu Espíritu Santo

confirme los corazones de tus fieles,

nacidos a la vida nueva en tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor, Amén.

 

 

Hasta el momento de la encarnación del Verbo, el mundo vivió en el tiempo de Del Padre, luego a partir de Cristo y hasta su ascensión tuvo lugar el tiempo del Hijo y finalmente desde Pentecostés empezamos a vivir la plenitud histórica de la salvación, el tiempo del Espíritu Santo, como don de Dios a la Iglesia, pero también bien como don personal a cada cristiano. El Espíritu Santo es el hilo conductor que vivifica y une el Antiguo Testamento con el Nuevo y con la Iglesia, el motor que va impulsando al mundo a la meta de su salvación, que es la gloria.

La autenticidad de la vida cristiana depende de la profundidad con la que se viva la presencia del Espíritu Santo, es la referencia objetiva para interpretar los Sacramentos, la Palabra de Dios y la moral, y la única puerta que nos abre la presencia de la Trinidad, es el único modo de ser santos, ponernos en sus manos y dejarnos que él nos transforme. No hay vida de fe sin su presencia en nosotros, ni puede existir verdadero fruto para nuestra vida sin su acción. Es la persona que viene a habitar entre nosotros y nos trae a las otras dos personas trinitarias para que “hagan su morada” en nosotros. Jn 14,23.

El Espíritu Santo se da a conocer a conocer en nuestra vida cristiana a través de la participación en nuestra relación con Dios.

El amor que define la vida cristiana, es una entrega heroica de la vida en favor de los demás, es algo que resulta imposible de reconocer para nosotros, si no fuera por la presencia y de la acción del Espíritu Santo en el alma del cristiano, según la expresión de San Pablo, “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” Rm 5,5.

La esperanza que nos la da el Espíritu Santo que nos hace descubrir el amor de Cristo y nos enseña que este amor es suficiente para cambiar la realidad, no porque esperemos que Dios nos vaya a evitar problemas, dificultades y sufrimientos, sino porque Cristo está presente y nos ama siempre, especialmente en esos momentos de dificultad y de sufrimiento.

Ante los sufrimientos que comporta nuestra condición humana, el Espíritu Santo no solo nos rescata de la presión del mundo, sino que nos transforma a través de toda esa realidad aparentemente negativa y lo hace empapándonos de la dulzura de Dios. Por eso podemos vivir plenamente en el mundo y acoger los sufrimientos, porque el Espíritu Santo está ahí y nos une a Cristo. Esta dulzura es el fruto del abandono y la docilidad y la fuente de la paz y la alegría invencibles porque nos libera del miedo.

El Espíritu Santo nos da conciencia de nuestra pobreza, y nos empuja a salir de las justificaciones, las culpabilizaciones complejas, huidas, comparaciones, mentiras, teorías con la que tratamos de negar nuestra miseria y nuestro pecado. Él nos ayuda a entrar en nuestra verdadera esencia, pecadores infinitamente amados por Dios, Él es el que nos lleva a la aceptación de la pobreza.

Por todo esto necesitamos al Espíritu Santo para que nos introduzca en el amor de Dios y nos descubra ese amor por vía de la experiencia, a través de la oración profunda, que es la comunicación de amor entre Dios y el alma que nos da la libertad y que exige libertad y que se tiene que realizar en el marco de la gratuidad.

No podemos pretender buscar a Dios, armarle y servirle y estar por preocupados por otras, cosas, como son nuestros problemas.

La oración cristiana se fundamenta en esa extraordinaria capacidad que nos da el Espíritu Santo, la capacidad de complacer a Dios como el Hijo complace al Padre.

La oración es un auténtico diálogo en verdad y amor, una auténtica experiencia de amistad en la que el Espíritu Santo, intercede entre Dios y nosotros.

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

Conclusión: Danos tu opinión sobre este retiro e indica en que temas te gustaría profundizar en este tiempo de Pentecostés a través del correo formación@hermandaddelao.es