Templo de La O

Templo

Al fundarse como hermandad de penitencia en 1566, la de Nuestra Señora de La O tomó como sede canónica la capilla del hospital de Santa Brígida y las Santas Vírgenes, que se levantaba en el mismo solar donde hoy se alza el actual templo parroquial dedicado a la Virgen de La O. El inmueble era entonces propiedad y responsabilidad de la cofradía de Santa Brígida, de la que se tiene constancia de existencia al menos desde 1483. La Hermandad de La O se constituyó como natural sucesora de la de Santa Brígida y a ella pasaron a pertenecer todos sus bienes y rentas, al menos desde la reducción hospitalaria de 1578.

Fachada del templo
Fachada del templo

Muy pocos testimonios han quedado que permitan conocer con exactitud esta vieja iglesia en la que durante más de siglo y medio residió la hermandad.

Una de las fechas más significativas en el devenir de este inmueble es el año 1615, fecha en la que el don Pedro de Castro y Quiñones, Arzobispo de Sevilla, decidió instituir la Iglesia del Hospital de Santa Brígida, residencia canónica de la Hermandad de la O, como ayuda de la Parroquia de Santa Ana de Triana. La razón principal era el exponencial crecimiento urbanístico y demográfico del sector norte barrio de Triana, y la imposibilidad logística que tenía la Parroquia de Santa Ana de atender las necesidades espirituales de todos los vecinos del barrio.

A partir de esta fecha se instauró la celebración de los Sacramentos en la Iglesia de la O, la permanencia de la reserva eucarística en el sagrario de la misma y el derecho adquirido por la Hermandad para salir por las calles de su feligresía en procesión, acompañando solemnemente a Jesús Sacramentado en Pascua Florida y en las ocasiones que la Hermandad considerase necesario para poder llevar el viático a los vecinos enfermos. Una de las consecuencias de esta circunstancia fue la concesión a la Iglesia el Jubileo de las Cuarenta horas, un acto que ya entonces se hizo coincidir con la festividad de la Virgen de la O y que, según consta en el archivo de la Hermandad, se celebró “… con mucha pompa y solemnidad…” tal y como hoy ocurre, con poca variación de días, cada mes de diciembre.

De gran importancia para la historia de la Hermandad y especialmente del templo en que radica fue la priostía de don Antonio Ramos Mexías. A la Junta de oficiales por él presidida se deben una serie de cambios de gran importancia para la Hermandad. Una de las más significativas es el encargo en 1685 al imaginero Pedro Roldán de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en sustitución del crucificado que hasta ese momento salía en la Estación de Penitencia. Precisamente las condiciones de espacio y sobre todo de dimensiones de la puerta de la primitiva iglesia son las que oficialmente figuran como principal razón de este cambio. Puesto que el paso del crucificado había de armarse en la calle y no era una operación que gozase del debido decoro.

Plano del templo
Plano del templo

Pero sin duda la que debe considerarse obra más importante de Antonio Ramos Mexías como prioste de la Hermandad de La O es la edificación del actual templo derribando para ello en 1697 el viejo Hospital de Santa Brígida, sede canónica de la Hermandad desde su fundación hasta ese momento.

Diversos factores intervinieron en la consecución de esta empresa. De una parte, la manifiesta angostura de la construcción de la iglesia del hospital, aparte de ya antigua y maltratada por los años y las avenidas del Guadalquivir. De otra el constante aumento de la feligresía de esta iglesia, a la que se seguía atendiendo, si bien no en todos los sacramentos sí en el más cotidiano: la eucaristía, así como los enterramientos, siempre con el sustento de la Archicofradía de La O, propietaria del inmueble. Al indudable ánimo y disposición del prioste Antonio Ramos se unieron las más que oportunas predicaciones y gestiones de fray Diego Perez, del convento de mínimos de la Victoria, quien años atrás ya había propiciado con sus sermones el cambio del crucificado por el nazareno. De la intervención y determinación del fraile mínimo da cuenta el propio Antonio Ramos, quien relata que fray Diego

“… en diferentes ocasiones, le persuadió… hiciese la Iglesia nueva, porque en ella se había predicar y hacer gran fruto en las almas. Y que exponiéndole que medios se debía de hacer, porque la Hermandad de la O no tenía rentas, le respondía que derribase y que si no, vendría con la palanqueta a derribarla porque convenía para honra y gloria de Dios que se hiciese dicha obra. Y que le alentaba asegurándole que todo se había de facilitar, Que fue el paso de Dios y que así era su voluntad…”

La segunda condición impuesta por el arzobispado sevillano para la demolición del Hospital de Santa Brígida era que la Hermandad de la O tenía que buscar una casa “decente” donde pudieran seguir prestando los servicios eclesiásticos que venía prestando la corporación desde que fue nombrada ayuda de parroquia. La Iglesia del Hospital de Santa Brígida era imprescindible para atender las necesidades religiosas de una buena parte del barrio de Triana y el transcurso de las obras no debía interrumpir ese servicio pastoral. En consecuencia, antes de derribar el edificio, los hermanos de la O tuvieron que buscar el lugar adecuado para seguir administrando los sacramentos. Finalmente se optó por alquilar una casa “frontera”, esto es, muy próxima al Hospital, en la misma calle Castilla, que se adornó y adecentó convenientemente para poder seguir dando el culto religioso, como se recoge en la documentación:

“… hecho su altar y en él colocado la Imagen de Nuestra Señora con mucho aseo… y asimismo vio una alazena en la pared para la guarda de los Santos Óleos… pila de agua bendita y campana…”

Una tercera condición tuvo una doble dimensión: práctica y estética, y es que se instaba a los hermanos de La O a que su nueva iglesia fuera acorde con los tiempos. Esto es, que presentara cualidades actualizadas tanto espacial como estéticamente.

Por otra parte, están las razones pastorales. Por decreto del Arzobispo D. Jaime Palafox promulgado en 1699, cuando ya se había iniciado la construcción del actual templo, se redujo uno de los cuatro curatos de la parroquia de Santa Ana y se trasladó éste a la iglesia de la O para que se encargase de la administración de los sacramentos a los tres mil vecinos que incluía el padrón del recinto o demarcación propia. Esta incluía las calles Castilla, Caballeros, Salgada, Portugalete, de la Inquisición, Matamoros, Cuchilleros, Cava Nueva, del Rosario, del Pino, de la Espartería y del Palomar

Así las cosas, el visitador de fábricas del arzobispado y el mismo arzobispo acabaron mostrando su conformidad a la demolición de iglesia y hospital, permitiendo la edificación de la actual iglesia, no sin antes exigir toda una serie de condiciones. La primera de ellas es que el arzobispado no se haría cargo de sufragar las obras. Antes, al contrario, la Archicofradía debería hacer frente a la totalidad de los costes mediante las limosnas de cofrades, feligreses y devotos. En efecto, consta documentalmente que algunos dieron limosnas en metálico, otros proporcionaron materiales constructivos y otros aportaron sus propios brazos para las obras de construcción.

La rica documentación depositada en el archivo nos permite conocer con exactitud todos los aspectos relacionados con la construcción de la Iglesia, tanto desde el punto de vista de los materiales constructivos como de las limosnas que se emplearon para ello.

Portada del templo
Portada del templo

El nuevo edificio se estrenó en febrero de 1702 y la Hermandad obtuvo permiso del provisor para bendecirlo y entronizar el Santísimo Sacramento trasportándolo desde la casa frontera donde había permanecido durante las obras, de lo que se encargó D. Nicolás Fernández de Rivera, cura más antiguo de la Parroquia de Santa Ana y asistente de la iglesia de Nuestra Señora de la O. A continuación, ofició la primera misa con la concurrencia del clero de la parroquia.

En los cinco días siguientes se celebró con funciones solemnes la erección del nuevo templo de Nuestra Señora de la O, que costearon instituciones principales de Sevilla: el día 24 el Deán y Cabildo de la Santa Iglesia Catedral, el día 25 la comunidad de frailes dominicos del convento de San Jacinto, el día 26 la comunidad de frailes mínimos del convento de la Victoria, el día 27 los frailes agustinos del convento del Pópulo y el día 28 costeó y presidió la celebración el Cabildo Secular de la Ciudad.

Tras el estreno del templo, la Archicofradía acometió el adorno y dotación del mismo de los correspondientes retablos y altares, así como de los elementos necesarios para el culto. Labor que se desarrollaría ininterrumpidamente durante todo el siglo XVIII.

En 1874, el nuevo concordato firmado por el rey Alfonso XII con la Santa Sede incluía el compromiso de que se habilitaría una parroquia al menos por cada 10.000 habitantes, cifra que en esa fecha superaba con creces el vecindario del arrabal de Triana. Aunque la Archicofradía fue consciente desde ese mismo momento, y así se refleja en las actas de cabildo, de que, si se creaba una nueva parroquia en Triana, el de La O sería el templo donde se instalaría. No sería hasta 1908 cuando se dieron los primeros pasos para la construcción de la capilla sacramental. Elemento obligatorio en todos aquellos templos con rango de parroquia. No obstante, la creación de la segunda parroquia de Triana no tendría lugar hasta noviembre de 1911, cuando en una reorganización general de todas las parroquias de la archidiócesis, don Enrique, cardenal Almaraz y Santos decidió finalmente segregar el territorio parroquial de la ya extensísima Triana en dos parroquias aprovechando la demarcación ya esbozada por el arzobispo Palafox en 1699. Don Pedro Ramos Lagares, uno de los sacerdotes más eminentes de toda la archidiócesis, sería el primer párroco de la misma.

Interior del templo
Interior del templo

De este modo se generaba un caso único y singular en el arzobispado hispalense: la creación de una parroquia de forma estable en un edificio que no había sido costeado ni era propiedad diocesana, sino en la iglesia propia de una hermandad, que ayuda de manera destacada al sostenimiento del culto y administración parroquial de los sacramentos. Algo que constituye un hecho distintivo e identitario, y motivo de orgullo a la vez que una gran responsabilidad para los hermanos de La O.