El 23 de abril de 1685, lunes de pascua, el cabildo de hermanos de la Archicofradía de La O acordó “se hiciese echura de un s[anto] Cripto de la crus a cuestas”, es decir, que se realizara la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno.
Hasta ese momento y desde la aprobación de las primeras reglas como hermandad penitencial, la cofradía había realizado la Estación de Penitencia acompañada de la imagen de un crucificado. Esta imagen, de la que existen diversas referencias diseminadas por la documentación de los siglos XVI, XVII e incluso XVIII, recibió culto primero en la capilla del comulgatorio o sagrario de la vieja iglesia del hospital y también en el espacio destinado a ese uso en el actual templo, situados ambos en la cabecera de la nave del Evangelio.
Esta circunstancia, añadida a la estrechez de la puerta de la iglesia, es la que motivaría la decisión de encargar un “S. Cripto de la cruz a cuestas el cual se podia armar el paso dentro de la Yglesia y podrá salir y entrar sin yndesencia alguna”. En efecto, para poder poner al crucificado en su paso era necesario retirarlo del altar del sagrario, lo que resultaba indecente para el decoro necesario con la reserva eucarística. Además, las dimensiones de la puerta impedían la salida del paso con el crucificado desde el interior de la misma, obligando a montarlo en la calle sin el debido decoro.
Puede estimarse que poco después de celebrarse este acuerdo, Antonio Ramos Mexías, prioste de la hermandad, concertó con Pedro Roldán Onieva, maestro escultor, la hechura de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Así, en las cuentas que rindió el mencionado prioste a finales de 1686 constan las datas de:
“Item quinientos reales que dio a Pedro Roldan por la hechura de un santísimo Cristo entero de la cruz a questas en madera, dio carta de pago.
Item quatrocientos que dio a Parrilla de encarnar el santísimo Cristo, dio carta de pago.
Item sesenta reales que dio por la cruz en madera para el santísimo Cristo, dio carta de pago.
Item Sinquenta r. que dio de dar color y dorar la cruz, dio carta de pago”.
Queda certificado de este modo que el escultor sevillano Pedro Roldán, quizá el más reputado y prestigioso del momento, realizaría la talla de la imagen, mientras el malagueño Miguel Parrilla, maestro pintor y dorador, realizó la policromía de la misma. De igual modo, se procuró su atributo principal: una cruz de madera que hay que suponer era de tipo arbóreo con los nudos dorados.
Esta es la imagen que desde entonces recibe culto como titular cristífero de la Archicofradía Sacramental de La O y que ha llegado a nuestros días, entronizada en el retablo sacramental de la que hoy es iglesia parroquial de La O.
La imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno está realizada en madera de cedro, es de tamaño natural, de unos 185 cm de alto, y está concebida para ser vestida. No obstante, presenta el cuerpo completamente anatomizado y encarnado, salvo las partes que quedan bajo una túnica corta, también tallada, que excepto en el vuelo de la misma, queda ceñida al cuerpo. Los brazos son articulados para facilitar la indumentaria y la colocación de la cruz.
Aunque no la lleva tallada en el bloque craneal, la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno siempre llevó corona de espinas, bien de plata o de madera u otros materiales vegetales, así como potencias.
Desde el punto de vista estético, aunque la imagen está dotada de una corporeidad contundente, robusta y enérgica, está absolutamente desprovista de tensión o crispación bajo el enorme peso de la cruz, que abraza con mansedumbre mientras avanza acusando notablemente la carga. Ese avance se manifiesta adelantando la pierna izquierda, sobre la que recae todo el peso del cuerpo mientras la derecha queda retrasada plasmando el momento del despegue del pie. Se crea así un claro efecto dinámico de impulso hacia delante, reforzado por el encorvamiento de la parte superior de la espalda, sumado al leve giro de la cabeza hacia la derecha. Es por todo esto que tradicionalmente se ha interpretado que la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, aunque fue realizada de forma aislada y así recibe culto tanto interno como externo, representa el momento del encuentro de Cristo con las mujeres de Jerusalén camino del calvario. “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos” (Lc 23, 28). Pasaje que aparece rotulado bajo el retablo cerámico que se le dedicó en la torre de la iglesia parroquial de La O y que datado entre 1756 – 1760 es el más antiguo de su clase en Sevilla.
Los rasgos fisionómicos de la imagen del Señor corresponden claramente con el quehacer de Pedro Roldán, los ojos entornados, la nariz prominente, los labios entreabiertos y la barba bífida constituida, como la cabellera, a partir de grandes mechones y guedejas onduladas, que en el caso de ésta última cae hacia atrás dejando libres, con un característico gesto, las dos orejas. El semblante es sereno, sosegado, a la vez que de una potente intensidad y fuerza expresiva, no de dolor, sino de misericordia. Esto tiene como consecuencia que, aunque presente, sobre todo como consecuencia de las heridas provocadas por la corona de espinas, la sangre no es abundante y corre en finos regueros por la frente y el cuello.
Todas estas circunstancias evidencian que la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno responde a unos presupuestos teológicos, devocionales y artísticos muy determinados. Se trata de una imagen con una fuerte carga simbólica, que además de representar un pasaje de la Pasión de Cristo, ofrece una lectura interpretativa del misterio de la Redención. En efecto, esta imagen no busca el impacto del dolor o la identificación del fiel con el sufrimiento extremo en la contemplación de la Pasión. Antes al contrario, y en sintonía con determinadas corrientes teológicas difundidas en el siglo XVII, se busca la edificación del espíritu, y la suspensión del ánimo del devoto ante la persuasión de la infinita misericordia y perdón que irradia. La dulzura de la mirada, cargada de humildad, apela directamente a quien se cruza con ella: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11, 28), colocando en efecto al fiel, mediante una acción perlocutiva, en el lugar de las mujeres de Jerusalén. En este sentido, es preciso señalar la influencia de un religioso mínimo, del convento de la Victoria, perteneciente a la orden de San Francisco de Paula, Fray Diego Pérez, que en estos años permaneció muy activo en la hermandad predicando asiduamente los sermones de la misma y que también influiría en la renovación del templo.
El nazareno porta durante la estación de penitencia cada Viernes Santo una cruz de cedro dorado, de perfil hexagonal, revestida de planchas de carey y perfiles de plata cincelada. Esta rica presea se debe al diseño de Domingo Balbuena y la orfebrería de Manuel José Domínguez, quienes la confeccionaron en 1731. De igual modo, las potencias y la corona de espinas, atributos de la divinidad y pasión de Cristo conforman una visión del redentor que carga con la cruz que es a la vez instrumento de martirio, objeto de muerte y símbolos de los pecados de la Humanidad. Pese a todo, Cristo abraza ese madero ahora enriquecido con materiales nobles que permite identificar la cruz con el instrumento de la salvación y el tesoro espiritual de los hombres.
En consecuencia, parece claro que al renovar la imagen de su titular, la corporación también respondía a nuevas necesidades de sus hermanos desde el punto de vista devocional y teológico, ajustando al momento y las circunstancias las respuestas que ofrecía la práctica de la piedad particular y colectiva ante Nuestro Padre Jesús Nazareno.
A lo largo de sus más de 325 años de historia, la imagen ha acusado el paso del tiempo y los cambios en los usos artísticos, así como circunstancias de diversa índole que la han ido transformando hasta nuestros días. En un momento indeterminado se sustituyeron los ojos originales, probablemente tallados y pintados sobre la madera, por otros de vidrio de mayor efecto naturalista. Así mismo se le añadieron pestañas de pelo natural.
De las muchas intervenciones de diferente magnitud a las que ha sido sometida la imagen para su mantenimiento o restauración, dos son las más destacables y conocidas. La primera de ellas tuvo lugar a partir del mes de agosto de 1936 cuando el imaginero Antonio Castillo Lastrucci se hizo cargo de la restauración de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que había sufrido importantes destrozos durante el asalto a la parroquia de La O la jornada del 20 de julio de ese año. La labor de reconstrucción y recomposición resultó ímproba dadas las circunstancias especiales en la que se desarrolló.
La segunda de ellas tuvo lugar en 1993, cuando un equipo científico de profesionales de la conservación y restauración de obras de arte dirigidos por el catedrático Franscisco Arquillo Torres, de la facultad de Bellas Artes de Sevilla, se ocupó en un profundo proceso de restauración tanto estructural como de la capa pictórica de la imagen, que había llegado a ese momento en un precario estado de conservación, como consecuencia del paso del tiempo y de la fatiga y deterioro de los materiales con los que se había intervenido anteriormente. Desde entonces la imagen ha recuperado sus valores artísticos originales, garantizando también la continuidad de su uso procesional.