Encabezado Quinario Nazareno

Ejercicio de Quinario a Nuestro Padre Jesús Nazareno

Piadoso Quinario

Que
La Pontificia, Real e Ilustre Archicofradía
del
Santísimo Sacramento,
Nuestro Padre Jesús Nazareno
y
 María Santísima Dolorosa
Con el título de La O.

Dedica a Nuestro Señor Jesucristo en su Sagrada Pasión
llevando la Cruz camino del Calvario.
Cuya devotísima imagen se venera en su iglesia propia parroquial de Nuestra Señora, en su misterio glorioso bajo la advocación de La O, sita en el arrabal de Triana
Con las licencias necesarias
Sevilla 1902

Despliega a continuación la información de los diferentes días de este ejercicio de Quinario:

JHS

Ave María Purísima

Sin pecado concebida

 

DIA PRIMERO

 

Ante la sagrada imagen de Jesús Nazareno, hecha la señal de la cruz, se leerá la consideración propia de cada día, según el orden siguiente:

CONSIDERACIÓN

Contempla, oh alma cristiana, el modo inefable con que Dios nuestro Señor amó al mundo, dándole a su Unigénito, para que todo aquel que crea en Él, no perezca, sino consiga la vida eterna: y solo por nosotros y por nuestra salud, descendió el Hijo de Dios a la tierra y tomó la naturaleza humana en el seno purísimo y Virginal de María, para poder padecer y morir por amor a los hombres. A este fin, ¡oh alma mía! admira luego a Jesús Nazareno, entregándose a sí mismo en poder de sus enemigos, y después de preso, azotado cruelmente, coronado de espinas y maltratado como Rey de burlas, ha sido sentenciado a muerte afrentosa de Cruz por Pilatos, teniéndole preparado el ignominioso suplicio para la ejecución. Quién hubiera podido creer jamás, que el inocente Jesús Nazareno, la Santidad por esencia, a quien el Padre eterno ha engendrado desde la aurora de la eternidad entre los resplandores de los Santos, había de comparecer en calidad de reo, para ser juzgado como criminal, y sentenciado a muerte dolorosa siendo autor de la vida.

La gravedad de la ofensa hecha a Dios por el pecado del primer hombre, no podía satisfacerla criatura alguna porque esta siempre sería siempre limitada, y la malicia de la culpa era infinita, y no podía expiarse sin un sacrificio de valor infinito. Para ofrecerlo, se hizo hombre mortal y pasible el Verbo divino porque ni solo Dios podía padecer, ni solo hombre, dar una satisfacción condigna, cual lo exigía la justicia del eterno Padre. Y vedlo, Dios hombre, cargado con todas las abominaciones, iniquidades y delitos del mundo, hecho objeto de las venganzas del Cielo, y blanco de las iras de los hombres en la tierra.

Considéralo, oh alma cristiana con los ojos de la fe, salir del pretorio agobiado con el peso enorme de la Cruz que ha abrazado antes, aproximándola a su corazón, y bañándola con sus lágrimas, y con su preciosísima sangre; a tí te llevaba en la Cruz porque allí iban tus pecados, para redimirte de todos ellos, y de los de todo el mundo. Jesús Nazareno, era el deseado de los Patriarcas y Justos, de la Ley antigua, por quien tanto clamaban diciendo: Ven, Oh sabiduría increada, que saliste de la boca del Altísimo, tocas con fortaleza del uno al otro extremo, y dispones todas las cosas con admirable suavidad, ven a enseñarnos el camino de la prudencia. Oh Adonai, Señor y Dominador del Orbe, y Jefe de la Casa de Israel, que apareciste entre las llamas de la Zarza a Moisés, y le diste la Ley en la cumbre del Sinaí, ven a redimirnos con el extenso poderío de tu brazo.

¡Ah! La fe nos enseña, que el deseado de los Justos era el Verbo de Dios hecho hombre, el hijo de María Virgen, concebido por virtud del Espíritu Santo, Jesucristo que padeció bajo el poder de Poncio Pilatos en Jerusalén. Sigue, pues, oh alma cristiana, a Jesús Nazareno, por el camino seguro de la Cruz, y animada de la más viva fe, cree firmemente los misterios que ha escondido a los sabios y prudentes según el mundo, y se ha dignado revelar a los humildes y pequeñuelos. Él ilustrará tu inteligencia y aficionará tu voluntad, para que cautives tu entendimiento, en obsequio a la autoridad de su Divina palabra, sea tu fe activa, informada por la caridad, acompañada de las buenas obras; porque la fe sin obras es muerta, y te expondrás a peligro de perecer para siempre, cayendo en la incredulidad y apostasía. Pide, pues, a Jesús Nazareno, que te conceda los auxilios de la gracia, para permanecer fiel a su voluntad y creyendo firmemente todos los misterios de su Religión divina, merecer al fin la vida eterna, prometida a los creyentes.

 

Aquí se hará alguna pausa, para meditar por breve tiempo, y luego se dirá la siguiente

 

 

ORACIÓN

Propia de este día primero

 

¡O adorable y amabilísimo Redentor nuestro! ¡O Padre amantísimo, Jesús Nazareno! Autor y consumador de nuestra Fe, que habiéndote propuesto el gozo para redimirnos, elegiste la Cruz. Henos aquí postrados, adorando la preciosa Sangre que derramaste en el pretorio de Pilato, y recibiendo luego la pesada Cruz, que besaste y estrechaste a tu amoroso Corazón, y colocaron al punto los verdugos sobre tus hombros doloridos, para morir después crucificado en ella. ¡O buen Jesús Nazareno, único bien de nuestra alma! Tú que eres la sabiduría de Dios, el Verbo eterno hecho hombre por nuestro amor, y tocas a todo cuanto tiene ser del uno al otro confín de la tierra y lo dispones con admirable suavidad y fortaleza. Ven hoy a consolarnos, confundiendo los errores, cismas y herejías extendidos por todo el mundo, que conducen a la eterna perdición. ¡O Adonai, Señor y dominador del mundo!, Guía de la casa de Israel, cuyas lágrimas enjugaste, dándole la ley en el Sinaí, como a pueblo escogido. Ven ahora otra vez, a destruir los planes de los enemigos de la verdadera Iglesia; y ya que pasaron las sombras y las figuras y tu infinita Sabiduría nos ha revelado los Misterios de la Religión Católica. Al venerarte ante esta Sagrada Imagen, que nos representa el incomparable beneficio de la Redención, te pedimos, Señor, que nos comuniques aquella fe con que los Profetas anunciaron tu vida, Pasión y muerte; que predicaron después los Apóstoles, y los Mártires confirmaron derramando su sangre por la confesión del Nombre de Jesús. Concédenos Señor una Fe viva, acompañada de la caridad que nos ilumine y nos haga merecer oír de tus divinos labios “Tu fe te ha salvado”, y salvándonos, vivamos siempre en tu amor por toda la eternidad de la Gloria. Amén.

 

Rezo del Padre Nuestro, Ave María y Gloria

 

Pidamos al Señor, en silencio, las gracias que deseemos obtener en este Quinario, por la intercesión de la Santísima Virgen.

 

ORACIÓN

Para concluir todos los días

 

¡O Santa Virgen de las Vírgenes! ¡O Dolorosísima María, Madre de Dios! ¡O Abogada y Medianera nuestra, Corredentora del linaje humano! La parte que has tenido en el misterio de la redención, asociada a tu divino Hijo Jesús Nazareno, nos inspira la mas dulce confianza, para suplicarte particularmente por aquel intenso dolor que afligió tu tierno y sensible corazón de Madre, que cuando viste a tu inocente y amabilísimo Hijo Jesús por las calles de Jerusalén llevando la Cruz sobre sus hombros, para morir después en el Calvario. Que nos alcances del Señor una fe activa, una esperanza firme y una caridad fervorosa; con la paciencia necesaria para sobrellevar meritoriamente los trabajos y tribulaciones de la vida, y por último la perseverancia final, frutos preciosos de la Pasión de tu divino Hijo. Además, te pedimos, también por tus acervos dolores, intercedas a favor de las necesidades y fines piadosos de la Iglesia y el Estado; por el eterno descanso de las benditas Almas del Purgatorio, y porque nos obtengas el favor especial, que pedimos al Señor, por tu mediación en este Quinario, si ha de ser para gloria suya, y bien espiritual de nuestras almas Amén.

DIA SEGUNDO

CONSIDERACIÓN

Contempla, oh alma cristiana, como la obra de la Redención, realizada en la plenitud de los tiempos por Jesús Nazareno, ha sido siempre objeto de las más dulces y consoladoras esperanzas para la humanidad. Admíralo ahora en espíritu, caminando por las calles y plazas de Jerusalén con la Cruz a cuestas, para consumar su sacrificio en el Calvario. Apenas puede sostenerse por su mucha debilidad y flaqueza. Ofrece el espectáculo mas tierno y doloroso, que se ha presenciado en el mundo jamás. Los sayones que le rodean y los soldados que le acompañan, lo insultan y lo atropellan con la más inaudita crueldad: unos le tiran de la soga que lleva atada al cuello para mayor tormento, otros le asestan continuos golpes con las lanzas y espadas, y no falta quien le empuja con bárbara fiereza, hasta el extremo de hacerle caer en la tierra, bajo el terrible peso de la Cruz, obligándole a levantarse con la mayor violencia. Pero aún le resta otro dolor incomparable: y fue que al tener noticia su Santísima Madre, de la situación en que se hallaba el hijo de sus entrañas, y como iba conducido a morir, salió a su encuentro por la calle de la Amargura, y se fijó en el sitio por donde había de pasar. Qué pena tan profunda fue para el corazón de María, oír la algazara de la muchedumbre, y ver que se aproximaba la funesta comitiva, que llevaba delante los cordeles, clavos y martillos, y los demás instrumentos para la crucifixión. Mas ¡ay dolor, sobre todo dolor! Que ya divisa no lejos, a su divino Hijo Jesús, con un haz de espinas por corona, ensangrentado su rostro y hecho una viva llaga desde la planta de los pies, hasta la parte superior de su cabeza. Ya ha llegado frente a María, que por una parte deseaba mirarlo, y por otra lo rehusaba, considerándolo tan digno de compasión; pero al fin se miran Hijo y Madre, y ésta lo ve falto de fuerzas, entre dos facinerosos, completamente desfigurado, y oprimido con el grave peso de la Cruz, hecho el oprobio de los hombres y desprecio de la plebe. ¡Qué encuentro tan doloroso! Hay miradas tristes, indefinibles, que cual saetas traspasan los corazones; pero las de estas dos almas amantísimas, no se podrán jamás concebir, ni mucho menos explicar, por qué ni Jesús ni María, pudieron articular palabras de amor ni de dolor, meditemos este Misterio con el más profundo silencio.

He aquí el término de las ansias y suspiros de los Justos de la Ley antigua, Jesús Nazareno, la esperanza y expectación de todos los tiempos que había de salvar a su pueblo. ¡Oh raíz de Jessé!, exclamaban, que eres la señal de las naciones, ante la cual los reyes sellarán su boca, y a quién las gentes suplicarán diciendo: Ven a librarnos, ven y no tardes más.

Qué deseos los de aquellos patriarcas y profetas, por el cumplimiento de las promesas para su redención, en la plenitud de los tiempos. Nosotros hemos sido participantes de ellas y cuán sólido es el fundamento de nuestra esperanza para conseguir la salvación. Sí amantísimo Salvador nuestro, Jesús Nazareno, en esa Cruz que lleváis sobre los hombros, con la que nos habéis merecido las gracias para salvarnos, ciframos la gloria de la posesión del Cielo, porque con vuestra Pasión nos habéis constituido en una singular esperanza de gozaros, y nos habéis confirmado más y más en ella, mediante vuestra infinita Misericordia. El que espera en Vos no será confundido, cooperando a los auxilios de la gracia. Esta esperanza es la alegría del alma, el don, pues se nos comunica por Jesús Nazareno, nuestro Salvador; pero tengamos entendido, que la esperanza será vana, presuntuosa y temeraria, si no lloramos nuestras culpas y hacemos de nuestra parte lo que debemos para conseguir la salvación.

 

ORACIÓN

Propia de este día segundo

 

¡O clementísimo Salvador de nuestras almas, Jesús Nazareno! Tu eres el fundamento de la esperanza de todo el género humano, a pesar del lastimoso estado en que te vemos con esa pesada Cruz sobre los hombros, caminando al lugar del Sacrificio, tan extenuado, abatido y falto de fuerzas, que te obligó a caer en tierra bajo el peso de la cruz; y luego pasaste por aquel acerbísimo dolor de encontrar a tu afligidísima Madre en la calle de la Amargura, sin poder hablarte palabra, en tan lastimosa situación. ¡O Raíz prodigiosa de Jessé, esa Cruz era la vara misteriosa que se clavaría a la vista del mundo, ante la cual se postrarían los reyes y poderosos de la tierra y la adorarían las gentes. Ven ahora, Señor, para librarnos del abatimiento en que yacemos otra vez, y no tardes en auxiliarnos, y defendernos de nuestros enemigos. ¡O amorosísimo Jesús! Eres nuestra única esperanza, fortalécenos también para triunfar de las persecuciones de los enemigos de tu iglesia, en estos días de prueba que atravesamos; y por tus infinitos merecimientos, haznos participantes de los efectos de la Redención, confirmándonos en la esperanza de verte un día glorioso en el Cielo, para alabarte por toda la eternidad. Amén.

 

Rezo del Padre Nuestro, Ave María y Gloria

 

Pidamos al Señor, en silencio, las gracias que deseemos obtener en este Quinario, por la intercesión de la Santísima Virgen.

 

ORACIÓN

Para concluir todos los días

 

¡O Santa Virgen de las Vírgenes! ¡O Dolorosísima María, Madre de Dios! ¡O Abogada y Medianera nuestra, Corredentora del linaje humano! La parte que has tenido en el misterio de la redención, asociada a tu divino Hijo Jesús Nazareno, nos inspira la mas dulce confianza, para suplicarte particularmente por aquel intenso dolor que afligió tu tierno y sensible corazón de Madre, que cuando viste a tu inocente y amabilísimo Hijo Jesús por las calles de Jerusalén llevando la Cruz sobre sus hombros, para morir después en el Calvario. Que nos alcances del Señor una fe activa, una esperanza firme y una caridad fervorosa; con la paciencia necesaria para sobrellevar meritoriamente los trabajos y tribulaciones de la vida, y por último la perseverancia final, frutos preciosos de la Pasión de tu divino Hijo. Además, te pedimos, también por tus acervos dolores, intercedas a favor de las necesidades y fines piadosos de la Iglesia y el Estado; por el eterno descanso de las benditas Almas del Purgatorio, y porque nos obtengas el favor especial, que pedimos al Señor, por tu mediación en este Quinario, si ha de ser para gloria suya, y bien espiritual de nuestras almas Amén.

DIA TERCERO

CONSIDERACIÓN

Contempla, o alma cristiana, la infinita Caridad de nuestro amantísimo redentor Jesús Nazareno, siguiendo el camino del Calvario y conduciendo el madero de la Cruz sobre sus lastimados hombros, sin poder ya casi andar, por los dolores que atormentan su delicado cuerpo: y verás hasta dónde pudo llegar su amor por nosotros. Dios es Caridad, y se hizo hombre mortal y pasible, siendo inmortal, sólo por satisfacer la deuda, que la humanidad había contraído por el pecado, a la Justicia de su eterno Padre. Míralo, con los ojos de tu espíritu padecer en Jerusalén, ciudad ingrata, que había recibido incontables beneficios, suyos, y lo había aclamado pocos días antes por su Mesías Salvador. Ahora sufre sin consuelo y sin semejante, a la vista de la mayor parte de aquellos, que habían presenciado sus prodigios y maravillas, obrados a favor de ellos, y padece en las horas más claras del día, y en la ocasión más solemne, porque había concurrido mucha gente de las naciones mas cultas del mundo, para la celebridad de la Pascua.

Llegaba Jesús Nazareno, hacia la extremidad de la calle de la Amargura, seguido de su afligidísima madre a poca distancia, fatigado de tan intensos dolores, que parecía se aproximaba al término de su preciosa vida, y los judíos temiendo muriese, en el trayecto que restaba antes de llegar al Calvario, obligan a Simón de Cirene, para que le ayude a llevar el peso de la Cruz, que apenas podía sostener, no movidos a compasión, sino por lograr el verlo crucificado. He ahí, alma cristiana, en lo que han venido a parar las ansias de los Patriarcas y Profetas, y todos los justos de la antigua Alianza, que esperaban su venida, deseando que este Salvador divino, les abriera con la llave de la Cruz las puertas del celestial Paraíso. ¡Oh Llave de David y Cetro de la Casa de Israel! Exclamaban, que abres, y nadie cierra: y cierras y ninguno abre, ven y saca de prisiones, a los que están sentados en las sombras y tinieblas de la muerte. Así suspiraban aquellos Patriarcas por su Mesías reparador, para que los sacase del abismo de males, y les abriera el depósito de los consuelos y bendiciones del Cielo: Jesús Nazareno con la llave de la Cruz. Por ella se enjugaron las lágrimas de tantas generaciones, mediante el sacrificio del divino Isaac, que era Jesús, quien les abrió después los eternos alcázares de la Gloria, abrasado su corazón en las llamas de la más ardiente Caridad

Todo el espíritu de la ley evangélica se funda en la Caridad, la mayor de todas las virtudes, porque sin amar a Dios y al prójimo, es muerta la fe y vana nuestra esperanza. Por la Caridad nos vienen todas las virtudes, y los frutos, dones, gracias y carismas del Espíritu Santo.

 

ORACIÓN

Propia de este día tercero

¡O amorosísimo Jesús Nazareno! Amor y dulce vida de nuestras almas, que inflamado tu Corazón en la más encendida Caridad, aceptaste con gozo la pesada cruz para padecer y morir clavado en ella por nuestro amor. ¡O clementísimo Señor! Nos compadecemos de ti, al verte tan fatigado y dolorido, con la profunda llaga que formado el enorme peso de la Cruz, sobre el hombro que gravita, lo que dio lugar a que buscasen asalariado a Simón Cirineo, para que te ayudase en tan lastimosa ocasión, Más aún así, Señor, esa Cruz es la llave de David, con la que abres las puertas del Cielo, nadie puede cerrarlas, y si las cierras, ninguno podrá abrirlas, pues solo Tú te dignaste, por puro amor y Caridad, abrir aquella Celestial Jerusalén que había cerrado nuestras culpas.

Haz Señor nuestro Jesús, que correspondamos agradecidos a tanta Caridad amándote de todo corazón, y que ni la muerte ni la vida, ni nadie, ni nada de todo lo que hay en el mundo, sea capaz de apartarnos del amor de Dios que hay en Ti, Jesucristo Señor nuestro y amando también a nuestro prójimo en caridad, por tu amor, logremos después  de esta vida, continuar amándote en la gloriosa Mansión de los escogidos, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Rezo del Padre Nuestro, Ave María y Gloria

Pidamos al Señor, en silencio, las gracias que deseemos obtener en este Quinario, por la intercesión de la Santísima Virgen.

 

ORACIÓN

Para concluir todos los días

¡O Santa Virgen de las Vírgenes! ¡O Dolorosísima María, Madre de Dios! ¡O Abogada y Medianera nuestra, Corredentora del linaje humano! La parte que has tenido en el misterio de la redención, asociada a tu divino Hijo Jesús Nazareno, nos inspira la mas dulce confianza, para suplicarte particularmente por aquel intenso dolor que afligió tu tierno y sensible corazón de Madre, que cuando viste a tu inocente y amabilísimo Hijo Jesús por las calles de Jerusalén llevando la Cruz sobre sus hombros, para morir después en el Calvario. Que nos alcances del Señor una fe activa, una esperanza firme y una caridad fervorosa; con la paciencia necesaria para sobrellevar meritoriamente los trabajos y tribulaciones de la vida, y por último la perseverancia final, frutos preciosos de la Pasión de tu divino Hijo. Además, te pedimos, también por tus acervos dolores, intercedas a favor de las necesidades y fines piadosos de la Iglesia y el Estado; por el eterno descanso de las benditas Almas del Purgatorio, y porque nos obtengas el favor especial, que pedimos al Señor, por tu mediación en este Quinario, si ha de ser para gloria suya, y bien espiritual de nuestras almas Amén.

DIA CUARTO

CONSIDERACIÓN

Contempla, oh alma cristiana, al pacientísimo Jesús Nazareno, llevando la Cruz por la calle de la Amargura, sin poder ya andar por su abatimiento, sufriendo injurias, ignominias y afrentas: y dolores intensísimos en el Alma y en el Cuerpo. Escucha las horribles blasfemias que profieren contra su Majestad soberana, y advierte la feroz alegría con que los Escribas y los fariseos se complacen en su próxima muerte, que desean por instantes.

Mira el estado en que se halla aquel augusto rostro, que los Ángeles están siempre contemplando, y deseando contemplar cada vez más, cubierto de cardenales, ensangrentado con la corona de espinas, oscurecido por el polvo, inmundas salivas, y el sudor que le produce la agitación con que lo llevan. En tan lastimosa situación, lo ve una mujer piadosa, y compadecida, se abre paso entre las filas de los soldados y verdugos, y puesta ante Jesús Nazareno, enjugó con el tocado de su cabeza, el sudor y la sangre de aquel rostro divino; y el Señor en recompensa de su caridad, dejó estampado en los dobleces del lienzo, que le aplicó para aliviarlo en su penoso camino, su propia imagen, apareciendo impresa y triplicada, por lo que se llamó Verónica.

¡Ay alma mía! En la acerva Pasión del Redentor, se eclipsó la hermosura de aquel rostro, que apareció radiante de gloria en el Tabor, como Oriente y Sol que anunciaba el día de la gracia, después de la noche de la culpa. Por esto lo anhelaban tanto los patriarcas y profetas diciendo; Oh Oriente, resplandor de la luz eterna y Sol de justicia: Ven a iluminar a los que están sentados en las sombras y tinieblas de la muerte. Tal era la oscuridad en que vivían y clamaban, porque sólo Jesús Nazareno podía iluminar a todo hombre que viene a este mundo. Mas cuánto costó al Salvador paciente la Obra de la Redención. Consideremos, cómo habiendo salido de Jerusalén por la puerta Judiciaria, que era por la que conducían a los reos al patíbulo, a muy pocos pasos, faltándole de nuevo las fuerzas, cayó en tierra otra vez, sumamente debilitado; pero lo levantaron cruelmente, y siguió como Cordero que llevan al sacrificio, sin exhalar la más leve queja.

Velo así, alma cristiana, en espíritu, y ya sabes que padeció por nosotros, y nos dejó ejemplo, para que siguiésemos sus pisadas camino del Calvario. Oye como nos dice claramente: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su Cruz y sígame». Y aún añade más todavía: «El que no toma su Cruz, y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo».

Ahora, oh alma, si oyes su voz en tu interior, no quieras endurecer tu corazón; ayuda a Jesús Nazareno a llevar la Cruz, sufriendo con paciencia los trabajos y aflicciones que el Señor te envía, para satisfacer por tus pecados, y consuélate con saber que al que ama es a quién aflige, por todo lo momentáneo y leve de las tribulaciones de esta vida, lo recompensará con un goce eterno de gloria y sólo por el camino de los padecimientos, hemos de llegar a la posesión del Reino de los Cielos.

 

ORACIÓN

Propia de este día cuarto

¡O Padre de las Misericordias y Dios de toda consolación! Pacientísimo Jesús Nazareno, dulce vida de nuestras almas, nuestro amor, nuestro único y verdadero Bien, que manifestaste tu invencible paciencia llevando el suplicio de la Cruz con tanta mansedumbre, que no pudo menos de llamar la atención a los Ángeles del Cielo, y hacerles derramar amargas lágrimas, admirando las angustias y fatigas que padecías, y mover el corazón de aquella santa mujer, la Verónica, al limpiar tu adorable Rostro, tan maltratado y desconocido con el polvo, el sudor y la sangre, que apenas parecía de persona humana; y salir luego por la Puerta Judiciaria, caíste otra vez en tierra, sin poder valerte ya. ¡O afligidísimo Jesús nuestro! Verdadero Oriente, que apareciste en el mundo con el brillo de la luz eterna; Sol de justicia, despide tus benéficos rayos hacia nuestro horizonte, cubierto de oscuras nubes, que hoy amenazan una gran tempestad.

Por aquella paciencia con que toleraste tantos dolores y tormentos, abrumado con la pesada Cruz, te suplicamos humildemente nos concedas paciencia y fortaleza, para llevar con resignación y conformidad la Cruz  que nos ofrezca nuestro estado y sus obligaciones, y poder servirte  en santidad y justicia todos los días de esta vida, y después de amarte incandescentemente en el Cielo por toda la eternidad. Amén.

 

Rezo del Padre Nuestro, Ave María y Gloria

Pidamos al Señor, en silencio, las gracias que deseemos obtener en este Quinario, por la intercesión de la Santísima Virgen

 

ORACIÓN

Para concluir todos los días

 

¡O Santa Virgen de las Vírgenes! ¡O Dolorosísima María, Madre de Dios! ¡O Abogada y Medianera nuestra, Corredentora del linaje humano! La parte que has tenido en el misterio de la redención, asociada a tu divino Hijo Jesús Nazareno, nos inspira la mas dulce confianza, para suplicarte particularmente por aquel intenso dolor que afligió tu tierno y sensible corazón de Madre, que cuando viste a tu inocente y amabilísimo Hijo Jesús por las calles de Jerusalén llevando la Cruz sobre sus hombros, para morir después en el Calvario. Que nos alcances del Señor una fe activa, una esperanza firme y una caridad fervorosa; con la paciencia necesaria para sobrellevar meritoriamente los trabajos y tribulaciones de la vida, y por último la perseverancia final, frutos preciosos de la Pasión de tu divino Hijo. Además, te pedimos, también por tus acervos dolores, intercedas a favor de las necesidades y fines piadosos de la Iglesia y el Estado; por el eterno descanso de las benditas Almas del Purgatorio, y porque nos obtengas el favor especial, que pedimos al Señor, por tu mediación en este Quinario, si ha de ser para gloria suya, y bien espiritual de nuestras almas Amén.

DIA QUINTO

CONSIDERACIÓN

Contempla, oh alma cristiana, a nuestro amantísimo Padre y Redentor Jesús Nazareno, afligido y casi desangrado, acercándose ya al Monte Calvario, oprimido cada vez más con el gran peso de la Cruz; y en tan deplorable estado, que, al verlo sin poder caminar, unas piadosas mujeres que le seguían a corta distancia lloraban inconsolables compadecidas de su triste situación. Jesús las mira, agradece su sentimiento, y les dice: «Hijas de Jerusalén no lloréis por mí, llorad sobre vosotras y sobre vuestros hijos». Y luego prosiguió: «Porque si en el leño verde sucede lo que estáis viendo ¿en el seco, qué será?».

Oh alma, dite ahora a ti misma: ¿si mis culpas han ocasionado tales tormentos al Hijo de Dios, siendo inocente, yo que soy culpable, cometiendo tantos y tan graves pecados, qué castigo no mereceré?

Mas no pierdas de vista a Jesús Nazareno, saturado de oprobios, injurias y baldones, que se va aproximando al lugar

del Sacrificio. Soportaba con la Cruz todas nuestras iniquidades, para satisfacer por ellas a la Justicia Divina, y tan enorme peso, le rinde y abate hasta caer por tercera vez en el suelo, siendo vilipendiada su sacratísima humanidad. ¿Y es este, Aquel por quien clamaban los antiguos patriarcas diciendo: «¡O Rey de las gentes, tan deseado de ellas, Piedra angular, que haces se junten dos cosas en una! Ven y salva al hombre, que formaste del barro de la tierra». Si, ¡O Enmanuel! Dios con nosotros, Rey y Legislador nuestro, esperanza de las gentes y su Salvador. Ven a salvarnos, Señor Dios nuestro».

Pues he ahí al tan deseado, Jesús Nazareno, en quien se han cumplido los votos de los justos, y los vaticinios de los Profetas, y las figuras de los Libros santos, y todo lo ha realizado Jesús nuestro amante Redentor, ofreciendo el Sacrificio de la Cruz, a su Eterno Padre, por el cual quedó satisfecha la divina Justicia. Y tú, alma cristiana, ya fuiste redimida de tus pecado; pero si has vuelto a recaer, arrepiéntete de ellos, que Jesús Nazareno, si los lloras con dolor del corazón, te promete borrarlos con su Sangre, del libro donde están escritos. Implora su infinita Misericordia, y persevera constante en su gracia y amistad. El Señor perseveró hasta consumar la Obra de la Redención en la Cruz, y su Santísima Madre, el Discípulo amado y las piadosas Mujeres, le siguieron hasta el Calvario, para recoger sus últimos suspiros y perseverar también hasta el fin.

Aprende, Oh alma cristiana, de estas almas justas, a ser constante en la perseverancia, para poder conseguir al fin, la muerte: gracia especial, don gratuito, que se concede por mediación de Jesús nuestro Salvador, pues sólo a la perseverancia final está prometida la corona de la inmortalidad en la posesión de la Bienaventuranza.

 

ORACIÓN

Propia de este día quinto

¡O dulcísimo y benignísimo Jesús Nazareno! ¡O Padre amorosísimo de nuestras almas! Único Abogado y Medianero entre Dios y los hombres, henos aquí humillados y contritos ante tu Sagrada Imagen, agradeciendo el inefable beneficio de la Redención. Esa cruz, que llevaste  hasta el Calvario, y con la que a su vista hablaste a las piadosas Mujeres, que te compadecían al salir de Jerusalén, viéndote caído y postrado por tercera vez en la tierra. Es la Cruz de nuestra gloria, nuestro amor, consuelo y esperanza, como lo fue para los Justos y Profetas de la ley antigua, aclamándote su rey soberano, legislador supremo y Salvador de su pueblo ¡O divino Manuel, Dios con nosotros! Sálvanos también por tu infinita Misericordia y los merecimientos de tu Sagrada Vida, Pasión y Muerte. ¡O adorable Jesús Nazareno!, que por tu amor perseveraste hasta la muerte, y muerte de Cruz, en la generosa resolución de salvarnos a costa de tu preciosísima Sangre, sálvanos Señor, que perecemos. ¡O Bondad, O Caridad inmensa! Apiádate de nosotros, que somos tan débiles, que no podemos preservar sin los auxilios de tu gracia; y ya que con tu santísima Muerte nos adquiriste la vida sempiterna, concédenos misericordiosamente, el don gratuito de la perseverancia final, a la hora de nuestra muerte, aplicándonos los frutos de tu dolorosísima Pasión, para llegar después a verte, abrazarte y glorificarnos en el Cielo, por eternidad de eternidades. Amén.

 

Rezo del Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Pidamos al Señor, en silencio, las gracias que deseemos obtener en este Quinario, por la intercesión de la Santísima Virgen.

 

ORACIÓN

Para concluir todos los días

¡O Santa Virgen de las Vírgenes! ¡O Dolorosísima María, Madre de Dios! ¡O Abogada y Medianera nuestra, Corredentora del linaje humano! La parte que has tenido en el misterio de la redención, asociada a tu divino Hijo Jesús Nazareno, nos inspira la mas dulce confianza, para suplicarte particularmente por aquel intenso dolor que afligió tu tierno y sensible corazón de Madre, que cuando viste a tu inocente y amabilísimo Hijo Jesús por las calles de Jerusalén llevando la Cruz sobre sus hombros, para morir después en el Calvario. Que nos alcances del Señor una fe activa, una esperanza firme y una caridad fervorosa; con la paciencia necesaria para sobrellevar meritoriamente los trabajos y tribulaciones de la vida, y por último la perseverancia final, frutos preciosos de la Pasión de tu divino Hijo. Además, te pedimos, también por tus acervos dolores, intercedas a favor de las necesidades y fines piadosos de la Iglesia y el Estado; por el eterno descanso de las benditas Almas del Purgatorio, y porque nos obtengas el favor especial, que pedimos al Señor, por tu mediación en este Quinario, si ha de ser para gloria suya, y bien espiritual de nuestras almas Amén.

GOZOS A JESÚS NAZARENO

ESTRIBILLO

Jesús por esencia Justo,

Nazareno y Redentor:

Os adoro, Dios augusto,

Víctima de inmenso amor.

 

I

 

¡O, Señor!, que sois sacado,

por las calles de Sión,

sin respeto y compasión,

por verdugos maltratado,

de sangre todo inundado,

y afligido de dolor:

Os adoro, Dios augusto,

víctima de inmenso amor.

 

II

 

¡O, Vos! cuya sangre pura,

que es un río de consuelo,

regaba el ingrato suelo,

de la calle de la Amargura;

Pues hallamos tal dulzura,

en invocaros, Señor:

Os adoro, Dios augusto,

víctima de inmenso amor.

 

III

 

Al terrible sacrificio,

camina la eterna Luz,

llevando pesada Cruz,

al lugar de su suplicio:

Sujeto a humano juicio,

va inocente y sin honor:

Os adoro, Dios augusto,

víctima de inmenso amor.

IV

 

Con salivas infernales,

su Faz es desfigurada,

de la cual una mirada,

con sus ojos paternales:

A los coros celestiales,

inflama en divino ardor:

Os adoro, Dios augusto,

víctima de inmenso amor.

 

V

 

¡O Vos! fuente de contentos,

rey supremo, eterno Dios,

pues nada se muda en vos,

ni en los últimos momentos;

En medio de los tormentos,

de la muerte en el horror:

Os adoro, Dios augusto,

víctima de inmenso amor.

 

ANTÍFONA

 

Cristo se hizo por nosotros obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz: por lo cual Dios lo exaltó, y le dio un nombre, que es sobre todo Nombre, el de Jesús.

 

V.- Os adoramos, Cristo y os bendecimos.

 

R.- Porque por vuestra Santa Cruz redimisteis al mundo, y a mí pecador.

 

OREMOS

 

¡O Dios! que a vuestro Hijo unigénito, constituisteis Salvador del género humano, y ordenaste que se llamase Jesús: concédenos propicio, que de ese cuyo santo nombre, veneramos en la tierra, gocemos también de su vista en el Cielo.

Señor Jesucristo, que descendisteis del cielo a la tierra, desde el trono del Padre: y derramasteis vuestra sangre preciosísima, para la remisión de nuestros pecados: Os rogamos humildemente, que en el día del Juicio, oigamos a vuestra diestra: «Venid benditos de mi padre, a poseer el Reino de los Cielos».

 

Vos que vivís y reináis con Él, en unidad del Espíritu Santo, Dios por los siglos de los siglos, Amén.