Retiro Virtual de Cuaresma

Retiro Virtual de Cuaresma

¿Cómo se hace un retiro por internet?

1-Programa el tiempo necesario para cada una de las jornadas, es aconsejable hacer una por día.

2-Dedica el momento oportuno dentro de tu jornada, cuando tengas un rato de paz y no estés demasiado cansado para poderte concentrar.

3-Elige un sitio tranquilo, donde puedas rezar tranquilamente, busca una vela para tener encendida, una Biblia pues habrá que ir buscando ciertos datos, y papel y bolígrafo para anotar.

Es aconsejable para que el Retiro Virtual tenga los mismos beneficios que un Retiro presencial, rezar en silencio, si no es posible confesarnos, asistir a Misa, visitar el Santísimo Sacramento y sobre todo revisar nuestra vida diaria  a raíz de las lecturas y oraciones que se realizarán.

Programa Diario

Cada día empezaremos con la Señal de la Cruz y  una oración, rezada muy despacio para comprender el sentido de la misma.

Leeremos el texto y al terminar reflexiona en silencio y saca tus propias conclusiones de lo aprendido, para poder llevarlo a cabo en nuestra vida diaria.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Tema:

1º Día:  Historia de los Salmos.

2º Día: Salmo 50, Miserere.

3º Día: Salmo 115, Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

4º Día: Salmo 136, Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.

5º Día: Salmo 21, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?.

Despliega a continuación las información de los diferentes días de este retiro:

En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo..…

 

1[¡Aleluya!]
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
2Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
3de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

4El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
5 ¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
6y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

7Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
8para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
9a la estéril le da un puesto en la casa, como madre feliz de hijos.
[¡Aleluya!]

 

Los salmos son una colección de peticiones, oraciones, canciones y hermosas poesías, que escribió en su mayoría el rey David, pero hubo otros autores como Moisés, Salomón, Asaf, los hijos de Coré…..

Los salmos son, junto al Padrenuestro, el mayor tesoro de oración que tiene la iglesia, en ellos se canta de modo incesante la alabanza de Dios. En el Antiguo Testamento tenemos 150 poemas sagrados que son alabanzas y oraciones a Dios.

Los salmos, en hebreo Tehilim, ‘Alabanzas’, en griego  psalmoi, son un conjunto de cinco libros de poesía religiosa hebrea que forma parte del Tanaj judío y del Antiguo Testamento. El Libro de los Salmos está incluido entre los llamados Libros Sapienciales, también es conocido como Alabanzas o Salterio.

Los salmos son, por lo tanto, himnos sagrados por medio de los cuales el pueblo de Dios suele alabar el Altísimo, implorar su misericordia, agradecer beneficios recibidos y recordar prodigios de su paternal providencia en favor de Israel.

Todos los judíos piadosos hicieron, pues, de los salmos, su modo muy particular de orar. Podemos imaginar a José, María, Jesús, rezando estas oraciones en forma de poema que habían recibido como herencia de sus antepasados. Compuestos antes de la venida de Jesús, rezados y cantados por el propio Jesús, en momentos clave de su vida, incluso en su Pasión, los salmos fueron parte de la herencia dejada por el Mesías a aquellos y aquellas que vendrían a constituir la Iglesia, la comunidad de la Nueva Alianza, el Nuevo Pueblo de Dios.

Son canciones de oraciones y poesías que describen casi todas las facetas de la relación del hombre con Dios, en tiempo de pruebas, y las palabras que responde un Dios amoroso. Los salmos se dirigen a Dios, pero también hablan de Dios, de la experiencia que el salmista tiene de su presencia o de su ausencia, y también habla del hombre, pueblo de Israel y su relación con Dios.

El Libro de los Salmos se compone, en realidad, de 5 colecciones de cánticos que el antiguo pueblo de Israel empleaba en su adoración, estructura semejante a la Torá judía:

Los géneros literarios usados en los salmos varían según el origen, el trasfondo intelectual y filosófico del autor:

  • Himnos, cantos de alabanza, de glorificación desinteresada, es decir, no contienen peticiones o ruegos. Comienza por una invitación a la alabanza y en el desarrollo se ofrecen los motivos por los que Dios ha de ser glorificado incluyendo a veces largos relatos de sus hazañas.
  • Súplicas, son una respuesta religiosa a las desgracias y la persecución de los enemigos, respuesta que incluye la petición de ayuda divina.
  • Acción de gracias, salmos de gratitud cuyo sujeto es una persona como también varias o un colectivo.
  • Reales, algunos salmos que hablan sobre el rey de Israel y otros que muestran la realeza divina. La tradición de ambos grupos de salmos es davídica en el sentido de que se apoya tanto en la elección divina del Rey David como en la promesa que Yahveh le hizo sobre la perpetuidad de su dinastía.
  • Mesiánicos,
  • Cánticos de Sion, cantan las glorias de Sion, recuerdan los diversos momentos de la presencia de Yahveh con su pueblo desde el diálogo con Moisés pasando por el Arca de la Alianza y hasta llegar al Templo de Jerusalén.
  • Salmos Didácticos y de Sabiduría, destinados a enseñar.

Se puede indicar entonces que los salmos son instructivos porque nos enseñan sabiduría, teológico porque nos revelan la naturaleza de Dios, escatológicos, porque nos enseñan el fin, y, sobre todo, cristológicos porque revelan a Cristo como el centro de la historia.

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo..…

 

3Misericordia, Dios mío, por tu bondad,          
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
4lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

5Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
6contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
7Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

8Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
9Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

10Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
11Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

12Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
13no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

14Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
15enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

16Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
17Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

 

18Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
19Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

20Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
21entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

 

 El salmo 50 o Miserere es el salmo penitencial por excelencia, una súplica individual, de perdón y de sacrificio, y se le llama así porque es la primera palabra con la que empieza el texto en latín.

El Salmista, al que la tradición ha identificado con David, consciente de su adulterio cometido con Betsabé, tras la denuncia del profeta Natán, contra ese crimen y el del asesinato del marido de ella, Urías, 2 Sam 11-12.

Aquí se manifiesta que el pecado, antes de ser una posible injusticia contra el hombre, es una traición a Dios. El salmista, consciente de su culpa y debilidad, apela a la misericordia de Dios, por lo tanto, podríamos decir que es el canto del pecado y del perdón, de la culpa y de la gracia, se puede decir que este salmo es un enfrentamiento entre Dios y el pecador. Cuando Dios mismo acusa y nos pone delante de nuestros pecados, el hombre solo puede reconocer que es culpable y apelar a la misericordia de Dios, de este modo, se consuma la justicia y la salvación.

En la Liturgia de las Horas se repite cada viernes en los Laudes, manifestando así su importancia, y en Cuaresma, empezando con el “Miércoles de Ceniza”, se reza en varias ocasiones.

El miércoles de ceniza es un día especial, donde volvemos nuestro rostro hacia Dios, dejando que su llamado a cambiar de vida toque nuestro corazón. En este día, miramos hacia nuestro interior, para reconocer con sinceridad nuestras faltas, junto al deseo de reconciliación, el arrepentimiento y la renuncia al pecado, con la penitencia fortalecemos nuestro interior, mediante los ejercicios de ayuno y abstinencia, la limosna y las obras de caridad, y el rezo del Miserere nos ayuda a esta conversión personal, como camino de preparación para nuestra fiesta más grande: la Pascua de Resurrección.

 

Este salmo se puede dividir en 3 partes bien diferenciadas.

  • Del versículo 3 al 11. El salmo comienza pidiendo misericordia y reconociendo el pecado desde nuestro origen y a lo largo de toda nuestra vida. Al reconocernos culpables, estamos confiando en Dios en su bondad y en su justicia y en una petición esperanzada para alcanzar el gozo.

 

  • Del versículo 12 al 14. Comienza la segunda parte en el reino de la gracia, con la purificación como una nueva creación que Dios derrama sobre nosotros. Un triple. Espíritu: espíritu firme, santo y generoso y que trae la salvación y con ella, la alegría. En cierto sentido, utilizando un término litúrgico, podríamos hablar de una «epíclesis», es decir, una triple invocación del Espíritu que, como en la creación aleteaba por encima de las aguas, Gn 1,2, ahora penetra en el alma del fiel infundiendo una nueva vida y elevándolo del reino del pecado al cielo de la gracia.

 

  • Del versículo 15 al 22 una de las consecuencias de la reconciliación es la necesidad de convertir a otros y enseñarles el camino de vuelta a Dios. Después de la liberación, el hombre responde con himnos y acción de gracias y recordando que los sacrificios sin la conversión interna no sirven.

Por lo tanto, podemos resumir que el hombre ante Dios tiene que reconocer su injusticia o pecado e invocar la misericordia. Y entonces, de esta forma, Dios lo salva y lo hace justo.

Así ocurre con su Hijo, Dios quiere que su Hijo se haga solidario con el hombre hasta la última consecuencia del pecado, que es la muerte. Pero el Padre salva al Hijo demostrando la justicia, y la salvación de Jesús se convierte en nuestra justicia o salvación.

El viernes recordamos el atentado más grave de nuestra historia contra el Reino de Dios: la muerte de Jesús en cruz. Este recuerdo imborrable en la mente de la Iglesia determina el carácter penitencial de este día.

El salmo 50, recitado en esta clave, adquiere una gravedad inaudita: es la expresión del reconocimiento humilde de nuestra complicidad en la muerte de Jesús. «Mi culpa, mi delito, mi pecado, la maldad» son el repudio por parte de nosotros los nombres de la presencia de Dios en Cristo y de Cristo en la comunidad eclesial y en cada hombre, especialmente en los pobres. El pecado es nuestro ateísmo teórico y práctico, nuestro egoísmo deicida.

Invocamos la infinita misericordia de Dios; por ella Dios nos lavará y purificará. Nuestra vida es, gracias a su inagotable condescendencia, historia de salvación, de purificación. Nuestra existencia culminará en la justificación y purificación total; entonces llegará a su plenitud la nueva creación; hará desbordar la alegría e instaurará el nuevo culto en el que nuestro espíritu y corazón serán el holocausto agradable.

La comunidad religiosa, por su cercanía a la luz de Dios, tiene la posibilidad de reconocer la mancha de su pecado y también cuenta con la fuerza divina para borrarlo y destruirlo.

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo…..

 

1Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
2Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos».

3¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
4Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
5Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

6Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
7Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

8Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
9Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo;
10en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

 

Es un salmo de acción de gracias individual, que se divide en dos partes.

  • Liberación de un inminente peligro de muerte como consecuencia de una enfermedad.
  • Himno de Acción de Gracias por el beneficio obtenido.

Es una continuación del salmo 114 que trata del amor de Dios y de la confianza en Dios, cambiando el tono plañidero del salmo 114 al tono eucarístico del salmo 115, por eso se suele rezar los domingos.

Se divide en tres partes

  • Del versículo 1 al 5. Expresión de amor de fe. Aquí se recuerda el espíritu de fe y la confianza en Dios y como señal de agradecimiento, y se realiza un sacrificio ritual, alzar la copa de la salvación, es decir, una acción de gracia.
  • Del versículo 6 al 7. Reflexión sapiencial que recuerda que el salmista pertenece a los fieles del Señor y que le rezan.
  • Del versículo 8 al 10. Liberación celebrada. Se repite el propósito de las ofrendas rituales de acción de gracias, cumpliendo los votos y dando testimonio ante el pueblo en el lugar sagrado.

 

La primera frase de este salmo impacta: Tenía fe, aún cuando dije, «Qué desgraciado soy.» Qué fácil es tener fe cuando las cosas van bien y, en cambio, qué escasos andamos de esta virtud cuando las cosas se tuercen y nos sentimos desgraciados. Mantener la fe en circunstancias adversas es una muestra de heroísmo espiritual, de fortaleza, de coraje. En realidad, es la prueba de la verdadera fe, que se sostiene, no en certezas, sino en un querer y en un confiar.

La siguiente frase aún impresiona más: Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Casi podemos imaginar a Dios llorando y doliéndose cuando muere una persona buena, alguien que le fue fiel. El salmo nos muestra ese rostro del Dios compasivo, que ama a sus criaturas como una madre y le duele la muerte o el sufrimiento de cada una de ellas.

Podemos meditar y pensar cuál no debió ser el sufrimiento de Dios Padre ante la muerte de Jesús, su Hijo. Este Hijo amado, predilecto, es el fiel por excelencia y muere a manos de los hombres. ¿Puede Dios sufrir? La respuesta está en la cruz, la de Cristo y la de todos los que cargan día a día sus dolorosas cruces ―enfermedad, pobreza, soledad, persecuciones… Sí, a Dios le duele no solo la muerte, sino el menor sufrimiento de sus hijos. Más aún cuando este sufrimiento es debido a su fidelidad.

¿Cómo no confiar en un Dios así? A un Dios tonante, juez y terrible, podemos temerlo, aunque creamos en Él, pero en ese miedo siempre habrá un resquicio de desconfianza y de sumisión. En cambio, el salmo continúa hablándonos de dos conceptos aparentemente opuestos: la servidumbre  y la liberación. El poeta se confiesa siervo del Señor, alguien obediente a Él, cumplidor de sus votos. Al mismo tiempo, declara que Dios ha roto sus cadenas. ¿No será que en la obediencia a Dios reside nuestra libertad?

¿Cómo entenderlo? Esta aparente paradoja puede comprenderse si profundizamos en qué significa obedecer a Dios, qué implica, y qué son esas cadenas.

Obedecer a Dios significa seguir su ley, una ley que, desde los orígenes de la cultura hebrea, nos muestra su bondad, su benevolencia, su atención a los más débiles, su magnanimidad. Jesús dirá que toda la ley se resume en amar, a Dios y a los demás. ¿Puede ser opresora una ley así, cuando los seres humanos estamos hechos para el amor?

Por otro lado, la noción de esclavitud, en la cultura hebrea, va a menudo vinculada a la de maldad y pecado. Jesús, cuando curaba, perdonaba los pecados. El concepto de pecado, además de ser una ofensa a Dios, es un daño que esclaviza a la persona, que le impide desarrollarse plenamente y ser libre, entera, feliz. Quien ama se realiza y se libera. Por tanto, quien cumple esta ley divina del amor, rompe sus cadenas y puede cantar la oración más bella. Y este es el sacrificio más agradable a Dios: la alabanza de un corazón gozoso que ha sintonizado con su amor.

Podemos resumir que Dios no quiere que nadie muera y es el primero en lamentarlo. La entrega de su Hijo a la muerte se explica por el deseo divino de dar solución a esta desgracia humana, abriéndole la esperanza de la resurrección.

Nuestra existencia religiosa está llamada a ser una eucaristía continuada, una respuesta de acción de gracias ininterrumpida ante la inagotable actitud de gracia del Padre. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?» La respuesta cristiana es ésta: participando en la acción de gracias, en la Eucaristía, que Jesús, Primogénito entre muchos hermanos, dirige al Padre, bebiendo con Él «el cáliz de la bendición» y ajustando, en consecuencia, nuestra vida a los compromisos de nuestros votos religiosos, contraídos en presencia de la Iglesia.

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo…..

 

1Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
2en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.

3Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión».

4¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
5Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha;

6que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.

[7Señor, toma cuentas a los Idumeos
del día de Jerusalén,
cuando se incitaban: «Arrasadla,
arrasadla hasta el cimiento».

8Capital de Babilonia, ¡criminal!
¡Quién pudiera pagarte los males
que nos has hecho!
9¡Quién pudiera agarrar y estrellar
tus niños contra las peñas!]

 

Es un salmo de lamentación y súplica comunitaria, nos habla sobre el éxodo de un pueblo y el dolor que se siente al estar en un suelo extranjero. Este salmo constituye un relato de tristeza cuando se ha dejado el país que se ama, por eso se le da el título de Balada del desterrado, porque evoca el recuerdo de la caída de Jerusalén el año 587 a. C. y del destierro en Babilonia.

El Salmo 136 está considerado como uno de los más hermosos de cuantos componen este libro de cantos, y a la vez de los más problemáticos y duros por lo que se dice en sus dos últimos versículos. Es un cántico bellísimo debido a su profundo lirismo y magnífico estilo, pero también lo hace muy perturbador.

La Liturgia de las Vísperas toma de este salmo únicamente los versículos 1-6, y omite los versículos 7-9.

El IV Domingo de Cuaresma también se recita este Salmo. Recibe este nombre porque así comienza la Antífona de Entrada de la Eucaristía:

“Laetare, Ierusalem, (“¡Alégrate Jerusalén! ¡Reuníos, vosotros todos que la amáis; vosotros que estáis tristes, ¡exultad de alegría! Saciaos con la abundancia de sus consolaciones”), conforme Isaías 66, 10-11.

Este poema nos trae el recuerdo de Babilonia y Jerusalén, dos ciudades de las que también se hablan en el Apocalipsis y en San Pablo.

Se divide en tres partes.

  • Del versículo 1 al 3, nostalgia de Sión.
  • Del versículo, 4 al 6, recuerdo de Jerusalén.
  • Del versículo 7 al 9 oración Imprecatoria contra Edom y Babilonia.

 

Este salmo fue escrito en los tiempos en que los israelitas, destruido su reino, su ciudad y su templo, vivían exiliados en Babilonia. Sentados junto a los ríos de la opulenta ciudad extranjera, añoran y cantan la ciudad amada, sobre el monte Sión, y recuerdan los tiempos en que vivían allí y cantaban al Señor.

No deja de ser una ironía  cruel que los señores babilonios, al oírlos, les pidan que canten: lo que para los israelitas es un lamento, para los opresores es una distracción, una música bonita para pasar el rato.

Lo que podemos deducir por todo lo escrito es que es un salmo de súplica, donde el creador le suplica a Dios que tome mano justa contra sus enemigos y que le han quitado la gracia de poder estar en Jerusalén. A lo largo de los salmos es común ver este tipo de escritos, una forma en que las personas ponen todo su corazón y sentimiento en la justicia de Dios. Ya que Él es grande y pondrá las cosas en su lugar, pero eso sí, a su debido tiempo.

Durante los duros años del exilio babilónico, hubo grupos que lucharon por mantener viva la identidad de Israel y su fe. Lo consiguieron reavivando la devoción y renovando la esperanza en la justicia y en la bondad de Dios. Llegaron a ver la historia, con todas sus catástrofes, como parte de un designio mayor donde, finalmente, brilla la misericordia divina.

En tiempos de dificultades personales, podemos leer este salmo como una invitación a no desesperar, a seguir confiando. “Quien canta su mal espanta”, dice el refrán. Pero quien canta a Dios todavía consigue más: eleva al Señor una plegaria viva, vehemente, apasionada y sincera. Y, no nos quepa duda, Él escucha.

Se puede decir que este salmo es una celebración comunitaria, es una canción que recuerda los desterrados de Babilonia, es decir, recuerda a la iglesia extranjera y peregrina en el mundo, que anhela llegar juntos a la Jerusalén celeste, donde nos espera Dios. Mientras tanto, no ceja en su actitud de peregrina, despegando el corazón de todo lo que no sea Dios o que no ayude a caminar hacia él.

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo..…

 

2Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza.

3Dios mío, de día te grito, y no respondes;

de noche, y no me haces caso.

4Porque tú eres el Santo

y habitas entre las alabanzas de Israel.

 5En ti confiaban nuestros padres;

 confiaban, y los ponías a salvo;

 6a ti gritaban, y quedaban libres;

 en ti confiaban, y no los defraudaste.

 7Pero yo soy un gusano, no un hombre,

 vergüenza de la gente, desprecio del pueblo;

8al verme, se burlan de mí,

 hacen visajes, menean la cabeza:

9«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;

 que lo libre si tanto lo quiere».

10Tú eres quien me sacó del vientre,

 me tenías confiado en los pechos de mi madre;

11desde el seno pasé a tus manos,

 desde el vientre materno tú eres mi Dios.

12No te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre.

13Me acorrala un tropel de novillos,

 me cercan toros de Basán;

 14abren contra mí las fauces

 leones que descuartizan y rugen.

15Estoy como agua derramada,

 tengo los huesos descoyuntados;

 mi corazón, como cera,

 se derrite en mis entrañas;

16mi garganta está seca como una teja,

 la lengua se me pega al paladar;

 me aprietas contra el polvo de la muerte.

17Me acorrala una jauría de mastines,

me cerca una banda de malhechores;

 me taladran las manos y los pies,

 18puedo contar mis huesos.

 Ellos me miran triunfantes,

19se reparten mi ropa,

 echan a suerte mi túnica.

20Pero tú, Señor, no te quedes lejos;

 fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

21Líbrame a mí de la espada,

 y a mi única vida de la garra del mastín;

22sálvame de las fauces del león;

 a este pobre, de los cuernos del búfalo.                                                                         

23Contaré tu fama a mis hermanos,

en medio de la asamblea te alabaré.

24«Los que teméis al Señor, alabadlo

 linaje de Jacob, glorificadlo;

temedlo, linaje de Israel;

25porque no ha sentido desprecio ni repugnancia

 hacia el pobre desgraciado;

 no le ha escondido su rostro:

cuando pidió auxilio, lo escuchó».

26Él es mi alabanza en la gran asamblea,

 cumpliré mis votos delante de sus fieles.

27Los desvalidos comerán hasta saciarse,

 alabarán al Señor los que lo buscan.

¡Viva su corazón por siempre!

28Lo recordarán y volverán al Señor

hasta de los confines del orbe;

en su presencia se postrarán

 las familias de los pueblos,

 29porque del Señor es el reino,

 él gobierna a los pueblos.

30Ante él se postrarán los que duermen en la tierra,

 ante él se inclinarán los que bajan al polvo.

 Me hará vivir para él,

31mi descendencia lo servirá;

 hablarán del Señor a la generación futura,

 32contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:

 «Todo lo que hizo el Señor».

 

Es un salmo de lamentación individual, de los más impresionantes del salterio, donde se destacan los dolores morales y espirituales, físicos y corporales. Es un lamento de un hombre solitario y que ha sido abandonado por su Padre. A través de cada uno de sus versículos se puede notar la angustia por no encontrar la protección de Dios, aquella que es necesaria en todos los aspectos de nuestra vida.

Tiene varias partes diferenciadas.

  • Del versículo 2 al 12. Abandono del salmista y favores pasados, comenzando con un grito de desesperación por la separación de su Dios.
  • Del versículo 13 al 19. Persecución de los enemigos, se detalla la hostilidad y el maltrato recibido.
  • Del versículo 20 al 22. Súplica del salmista a su Dios, el único que le da fuerzas y la auxiliar.
  • Del versículo 23 al 27. Acción de Gracias por la liberación.
  • Del versículo 28 al 32. Alabanzas conclusivas.

Todos los evangelistas citan textos de este salmo dentro de la pasión de Jesús: tormento de la sed, persecución de los enemigos, perforación de las manos y de los pies, dividir la suerte, sus ropas.

Cuando el salmo toma forma en la boca de Jesús Crucificado y es citado en los relatos evangélicos de la pasión, el salmo adquiere un nuevo sentido, “porque Él mismo fue sometido al sufrimiento y a la prueba, puede socorrer ahora a todos los que sufren”. Heb  2,18.

El Papa Benedicto XVI en la audiencia general del 14 de septiembre de 2011, nos habla del salmo 21 y nos dice:

“es una oración triste y conmovedora, de una profundidad humana y una riqueza teológica que hacen que sea uno de los Salmos más rezados y estudiados de todo el Salterio. Se trata de una larga composición poética, y nosotros nos detendremos en particular en la primera parte, centrada en el lamento, para profundizar algunas dimensiones significativas de la oración de súplica a Dios.

Este Salmo presenta la figura de un inocente perseguido y circundado por los adversarios que quieren su muerte; y él recurre a Dios en un lamento doloroso que, en la certeza de la fe, se abre misteriosamente a la alabanza. En su oración se alternan la realidad angustiosa del presente y la memoria consoladora del pasado, en una sufrida toma de conciencia de la propia situación desesperada que, sin embargo, no quiere renunciar a la esperanza. Su grito inicial es un llamamiento dirigido a un Dios que parece lejano, que no responde y parece haberlo abandonado

Dios calla, y este silencio lacera el ánimo del orante, que llama incesantemente, pero sin encontrar respuesta. Los días y las noches se suceden en una búsqueda incansable de una palabra, de una ayuda que no llega; Dios parece tan distante, olvidadizo, tan ausente. La oración pide escucha y respuesta, solicita un contacto, busca una relación que pueda dar consuelo y salvación. Pero si Dios no responde, el grito de ayuda se pierde en el vacío y la soledad llega a ser insostenible. Sin embargo, el orante de nuestro Salmo tres veces, en su grito, llama al Señor «mi» Dios, en un extremo acto de confianza y de fe. No obstante, toda apariencia, el salmista no puede creer que el vínculo con el Señor se haya interrumpido totalmente; y mientras pregunta el porqué de un supuesto abandono incomprensible, afirma que «su» Dios no lo puede abandonar.

El Salmo se abre a la acción de gracias, al gran himno final que implica a todo el pueblo, los fieles del Señor, la asamblea litúrgica, las generaciones futuras (cf. vv. 24-32). El Señor acudió en su ayuda, salvó al pobre y le mostró su rostro de misericordia. Muerte y vida se entrecruzaron en un misterio inseparable, y la vida ha triunfado, el Dios de la salvación se mostró Señor invencible, que todos los confines de la tierra celebrarán y ante el cual se postrarán todas las familias de los pueblos. Es la victoria de la fe, que puede transformar la muerte en don de la vida, el abismo del dolor en fuente de esperanza.

 

Hermanos y hermanas queridísimos, este Salmo nos ha llevado al Gólgota, a los pies de la cruz de Jesús, para revivir su pasión y compartir la alegría fecunda de la resurrección. Dejémonos, por tanto, invadir por la luz del misterio pascual incluso en la aparente ausencia de Dios, también en el silencio de Dios, y, como los discípulos de Emaús, aprendamos a discernir la realidad verdadera más allá de las apariencias, reconociendo el camino de la exaltación precisamente en la humillación, y la manifestación plena de la vida en la muerte, en la cruz. De este modo, volviendo a poner toda nuestra confianza y nuestra esperanza en Dios Padre, en el momento de la angustia también nosotros le podremos rezar con fe, y nuestro grito de ayuda se transformará en canto de alabanza”.

 

Padre Nuestro

Ave María

Gloria

Conclusión: Danos tu opinión sobre este retiro e indica en que temas te gustaría profundizar en este tiempo de Cuaresma a través del correo formacion@hermandaddelao.es.