El actual templo parroquial de Nuestra Señora de La O, tiene como antecedente directo a la iglesia del desparecido hospital de Santa Brígida, donde se fundara la Hermandad de La O en agosto de 1566. Muy pocos testimonios han quedado que permitan conocer con cierta exactitud cómo era aquel espacio que tendría su origen a finales del siglo XV, cuando se tiene constancia documental de la existencia del hospital, por lo que la capilla era obligada como lugar de culto y entierro.
La información proporcionada por un inventario de la Hermandad de La O, redactado en 1692, sólo cinco años antes del derribo de templo, es fundamental en este sentido. El citado documento refiere los altares y alhajas de la vieja iglesia, aunque de las formas arquitectónicas se dan pocas notas. Los datos disponibles en la documentación presentan un templo angosto, de techos bajos y tres naves y tres tramos, separados por cuatro columnas. Estos soportes monolíticos fueron vendidos como material de derribo a la iglesia prioral del Puerto de Santa María, donde hoy pueden contemplarse. Es presumible que las columnas, que morfológicamente pueden situarse en la segunda mitad del siglo XVI, soportarían los correspondientes arcos y habrían sustituido a otros soportes anteriores de los que no se tiene constancia.
En marzo de 1697 se toma en cabildo la decisión de solicitar, por los cauces convenientes, las pertinentes licencias para demoler el viejo templo y reedificarlo. El 18 de junio de ese año el visitador de fábricas da licencia para el inicio de las obras y el 7 de julio, con el traslado del Santísimo Sacramento al templo provisional instalado en una casa cercana en la misma calle Castilla, comenzaron las obras de derribo del templo. La rica documentación depositada en el archivo nos permite conocer con exactitud todos los aspectos relacionados con la construcción de la Iglesia,
La nueva obra fue proyectada por el arquitecto Pedro Romero, maestro mayor de fábricas del arzobispado, quedando al cargo de las obras sus hijos, Diego, como jefe de obras en ausencia de su padre, Félix, principalmente encargado de la talla ornamental en yeso y Pedro Romero, cuya participación se centró en el corte de ladrillos.
En la edificación de la nueva iglesia intervendrían también los maestros canteros Antonio Gil Gataón y Silvestre Jordán, encargados de realizar las partes pétreas del nuevo templo. De igual modo consta la participación de oficiales de alarife que en el futuro se convertirían en grandes maestros como Diego Antonio Díaz, a la sazón yerno del autor de las trazas Pedro Romero, de quien sería en 1705 sucesor en el cargo de maestro mayor de fábrica del arzobispado y cuñado de los jefes de obra. Otro oficial alarife de relevancia que interviene en la obra es Miguel de Carbajal, quien se encargaría del labrado de la cornisa exterior del edificio.
El edificio
Desde el punto de vista de su emplazamiento, el espacio que ocupa iglesia parroquial de Nuestra Señora de La O está limitado fundamentalmente por la margen del río Guadalquivir. Si bien lo que hoy es dársena domesticada y paseo fluvial urbanizado y rotulado en honor a Nuestra Señora de La O, históricamente fue un abrupto terraplén que era escenario de la constante lucha contra los efectos de la corriente y avenidas del gran río. Al lado contrario, el límite lo pone la calle Castilla, viejo camino real y entrada natural a Sevilla de quienes venían del norte y no habían vadeado ya el Guadalquivir. Estas circunstancias no sólo limitaron la amplitud y proporciones del templo, sino también alguna de sus características formales.
No es posible determinar por ahora si la nueva edificación emprendida en 1697 debía mucho, poco o nada a la que sustituía. Lo único claro es que el solar donde antes se alzaban capilla y hospital, sería dedicado en exclusiva al nuevo templo y sus dependencias auxiliares. Esta cuestión viene motivada por una de las necesidades que la nueva arquitectura se proponía cubrir: dotar de un espacio amplio y suficiente para la celebración del culto y los sacramentos a los vecinos del sector norte del arrabal trianero. Cosa que como ayuda de la real parroquia de Señora Santa Ana, la vieja iglesia de La O había venido cumpliendo desde 1615.
Por tanto, la principal cuestión a la que tuvieron que atender tanto Archicofradía con Antonio Ramos, su prioste, a la cabeza, como Pedro Romero, autor del proyecto, era lograr un edificio que por encima de todo fuese espacioso y capaz, aprovechando al máximo las posibilidades y dimensiones del terreno disponible. Además, en la propia documentación se hace referencia a que el mismo prelado, don Jaime, cardenal Palafox y Cardona, había señalado que su voluntad era que se edificara “una obra muy a lo presente uso en la fábrica de los templos”, es decir, una iglesia moderna y actualizada a los tiempos.
Comenzando por el exterior, el resultado de las formas construidas cristaliza en una fachada sencilla a la calle Castilla, sin alterar la alineación de las fachadas del vecindario. La articulación de la misma se resuelve mediante el enmarque en sendos machones que destacan más por el color distinto de su acabado que por los escasos cinco centímetros que sobresalen de la fachada. El machón que corresponde con los pies de la iglesia sirve de caña a la torre campanario de la iglesia. La fachada se remata mediante una cornisa volada apoyada en canecillos, seguida de un pretil. Sólo se ve interrumpida por los pequeños vanos de iluminación situados en la parte superior del muro, además de un ventanal más grande que corresponde con la cabecera de la nave del Evangelio, así como la portada que enmarca el ingreso al templo.
Abierto en el segundo tramo de la nave del Evangelio, el único acceso con que cuenta el templo es un ingreso resuelto mediante un arco de medio punto y enmarcado por una elegante fachada realizada en mármoles negros y encarnados. Se trata de una pieza labrada por Antonio Gil Gataón, que se dispone a partir de dos pilastras toscanas con sus correspondientes traspilastras que enmarcan el arco, todo ello sobre podios y a las que superponen dados de entablamento con el consiguiente triglifo. El remate se efectúa mediante un frontón triangular y roto que cobija una cartela con el escudo de La O timbrado de corona y flanqueado de dos figuras infantiles labradas en argamasa.
Por lo que respecta a la torre, se trata de uno de los elementos más singulares de toda la construcción. De no demasiada altura y lamentablemente superada y ahogada por el aumento de altura media de los edificios colindantes, la torre arranca con un primer cuerpo casi cúbico que se dispone sobre la cornisa de fachada, partiendo del mencionado machón que le sirve de caña y en el que se intercalan diversos vanos de iluminación con retablos cerámicos que son literalmente un compendio de la identidad e historia de la Archicofradía. Una nueva y sencilla cornisa hace la transición con el campanario.
El cuerpo de campanas y el remate en chapitel que hoy se contemplan son el resultado de dos etapas: la primera de ellas coincidente con el momento de la reedificación de la iglesia en 1699 y el segundo como consecuencia de las operaciones de reconstrucción que hubieron de acometerse tras la destrucción ocasionada por el terremoto del 1 de noviembre de 1755, conocido como “Terremoto de Lisboa”. La primera fase correspondería por tanto a la idea y traza de Pedro Romero, quien planteó un sencillo campanario con cuatro vanos de medio punto enmarcados por molduras, uno por fachada, donde se alojarían las campanas. La articulación de este volumen se resolvió mediante un podio de planta cuadrada con entrantes y salientes donde se alojan tableros cerámicos con figuración de los santos relacionados con la Hermandad, y que corresponden con los soportes que configuran el alzado: medias columnas salomónicas con el imoscapo recto y acanalado, que se apoyan en traspilastras. Por su parte, los arcos apean en pilastras retalladas en ocasiones con una solución que recuerda al estípite y en otras mediante figuras atlantes. Sobre las claves de los arcos y en el espacio que permite el alzado de los dados de entablamento que se superponen a las columnas se desarrollan decoraciones de yesería con los anagramas de Cristo y María, sostenidos por parejas de figuras infantiles de medio relieve. Esta solución de alzado ha sido relacionada con la que José Tirado y Juan Gómez desarrollaron en la iglesia de San Román entre 1702 y 1707, siendo ésta de 1699.
Nada se sabe con certeza de la morfología del remate original de la torre que cayó como efecto del mencionado terremoto, pero cabe presumir que fuera piramidal de base poligonal y cubierto de azulejos como es tradicional en la ciudad desde el siglo XVI. Por el contrario, se ha podido documentar todo el proceso que conllevó la renovación de este remate entre 1755 y 1756, como se perpetúa en uno de los azulejos de la caña de la torre. Fue el maestro arquitecto Ambrosio de Figueroa quien dio las trazas para el nuevo chapitel que se encargó de ejecutar el maestro alarife Gaspar Hermoso. El resultado es el remate que hoy se contempla, que parte de un volumen de planta cuadrada de donde arrancan por un lado piezas convexas seguidas en altura de otras cóncavas y finalmente un cuerpo bulboso que se remata con una corona imperial metálica en la que se inserta la cruz y veleta. Todo el chapitel está jalonado de dados rematados por jarras de cerámica, así como recubierto de azulejería azul y blanca, resultando una solución de extrema elegancia y exquisitez compositiva.
Por lo que respecta al interior del templo, es un gran salón de planta rectangular dividido en tres naves de casi la misma altura, siendo la central ligeramente más alta y bastante más ancha. Los muros perimetrales son de ladrillo y apenas se practica en el lado de la Epístola un rehundimiento en forma de hornacina donde originalmente hubo retablos. A los pies de esta nave se encuentra la capilla bautismal separada por un arco diafragma horadado con un vano elíptico. El lugar gemelo de la nave del Evangelio está ocupado por la caña y escalera de la torre. A los pies de la nave central existe una tribuna donde se aloja el órgano traído en 1868 desde el desaparecido Oratorio de San Felipe Neri, lo que explica la evidente desproporción de su caja con respecto a las dimensiones generales de la iglesia y la poca altura a la que se sitúa la tribuna.
La separación entre las naves se realiza mediante una danza de arcos de medio punto que apean en seis columnas de orden toscano con dado de entablamento superpuesto, realizado todo en mármol rojizo y negro de las canteras de Antequera y Carcabuey respectivamente y que labraron Antonio Gil Gataón y Silvestre Jordán. Se trata de uno de los elementos clave de la arquitectura del templo, pues por un lado, y aunque existen los precedentes de las iglesias de Santa María la Blanca y San Benito en la ciudad, esta iglesia constituye el inicio de una serie de importantes construcciones que abandonarían la solución tradicional del pilar de mampostería y/o ladrillo por la columna. En este caso no se trata sólo de una solución novedosa, sino también eficiente, en tanto que estos soportes, por su morfología permiten optimizar el espacio de la iglesia y la visibilidad del presbiterio, como por otra parte se había venido ordenando desde las instrucciones de San Carlos Borromeo tras el Concilio de Trento. La cubierta del templo se resuelve por medio de bóvedas tabicadas de ladrillo, que son de medio cañón con lunetos en la nave central y de arista en las laterales, mientras que el presbiterio y el espacio del coro lo hacen con bóvedas vaídas. Los testeros de las tres naves son planos, si bien esto sólo es apreciable en las naves laterales, en las que se disponen sendas capillas hoy desprovistas de retablos, delimitadas por arcos diafragma con un vano elíptico.
La decoración arquitectónica del interior se reduce a unas elegantes yeserías que refuerzan las líneas compositivas de los alzados interiores, concentrándose en las roscas de los arcos, sus albanegas y las cornisas, así como en las claves de la nave central donde se sitúan cuatro medallones pinjantes de yeso calado. Originalmente fueron obra de Félix Romero, si bien muchas de ellas hubieron de ser repuestas en 1755 por Diego de la Rosa por haberse dañado o caído las originales como consecuencia del terremoto.
Una nota final en cuanto a la arquitectura de este templo es la correspondiente a la epidermis interior. Recientemente se ha documentado que toda la iglesia se hallaba interiormente “jaspeada”, esto quiere decir que al menos hasta la altura que hoy ocupan los zócalos de azulejos, que datan de mediados del siglo XIX, el revestimiento interior del templo eran pinturas simulando jaspes como los de las columnas. Se ignora si estas decoraciones comportarían una articulación arquitectónica fingida que diese armonía al conjunto.
Capilla Sacramental
Abierta en el segundo tramo de la nave de la Epístola, la capilla sacramental es un espacio de gran singularidad. Desde 1702 en que se terminó el edificio hasta 1908, el sagrario de La O estuvo en la cabecera de la nave del Evangelio, donde hasta bien entrado el siglo XIX recibió culto el viejo crucificado que originalmente participaba en la Estación de Penitencia.
El sagrario estrenado en 1910 y renovado en lo que respecta a su retablo en 1928, es un espacio de no muy grandes dimensiones, de planta cuadrada y cubierto con bóveda de arista en ladrillo, estando iluminado por dos grandes óculos decorados con vidrieras. La singularidad de este espacio es que está completamente realizado en cerámica, en todas sus modalidades: Ladrillo para los fundamentos, muros y cubierta; paños de azulejería en los zócalos y base del retablo. Cerámica moldeada y vidriada para el retablo y finalmente placas de bizcocho (barro cocido sin vidriar) pintado para los paramentos. Originalmente y aparte del arco de ingreso y la reja que modula la comunicación con el cuerpo de la iglesia, este espacio tuvo dos postigos de acceso, cegados hoy por la tumba del que fuera primer párroco de La O, don Pedro Ramos Lagares, y por la presencia del columbario de la archicofradía.
Dependencias de la Archicofradía y Casa Hermandad.
Yuxtapuestas a la iglesia y ganadas con el tiempo al cauce del Guadalquivir, la Archicofradía de La O cuenta con toda una serie de espacios en los que desarrollar sus actividades no cultuales: gestión y administración, reuniones, almacén y exposición de enseres, y la más importante, lugar de encuentro y convivencia de los hermanos. Las más antiguas se remontan al tiempo de la edificación de la iglesia, mientras que las más modernas son obra de los arquitectos Pedro y Tomás Arrieta Viñals, quienes proyectaron el edificio en 1997, estrenándose en el invierno de 2001. En él se integran, además de las dependencias de la Archicofradía, los salones parroquiales, despacho del párroco y sacristía.