Hablar de los retablos en referencia a la Archicofradía Sacramental de La O y su templo propio y sede canónica es narrar una historia de riqueza y supervivencia. De una parte la Naturaleza, materializada en la imparable fuerza del Guadalquivir desbordado de su cauce, y de otra la mano del hombre han provocado a lo largo de casi cinco siglos la sustitución, alteración o destrucción de una extensa nómina de retablos, de los cuales hoy solo subsisten cuatro de ellos: dos de ellos en madera y otros dos en cerámica.
De todos cuanto formaron parte del ajuar y ornato de la Iglesia de La O, sólo se conserva el que fue retablo mayor de la iglesia que fue del hospital de Santa Brígida y que luego fue dedicada a Nuestra Señora de La O. Se trata del retablo que hoy se puede contemplar en la cabecera de la nave del Evangelio de la parroquia de Nuestra Señora de Belén de Gines, a la que fue vendida por la Hermandad de La O en 1699 junto con el Cristo Resucitado que antaño fue titular de la corporación. Se compone de banco, un solo cuerpo principal con una sola calle organizada por columnas salomónicas y alas laterales, y un pequeño ático.
El más antiguo de los conservados en el actual templo es el retablo mayor, diseñado y ejecutado por Miguel Franco, uno de los maestros destacados del tránsito del siglo XVII al XVIII. La obra fue realizada entre 1709 y 1716 como obra necesaria para dotar el altar mayor de la nueva iglesia. Más tarde, a partir de 1756, Juan Tejerizo se encargaría de realizar el dorado. Se trata de una obra singular en su clase que llama la atención por muy diferentes motivos. Su planta y diseño es cóncavo, casi semicircular, dando una sensación envolvente y rompiendo la rectitud del testero plano de la iglesia. Se compone de sotobanco, banco, cuerpo principal con tres calles y ático envuelto en un potente cascarón casetonado. El sotobanco es de mármoles rojos y negros, contiene dos puertas rematadas en semicírculo que dan acceso al interior del retablo y antaño comunicaban con la vieja sacristía. También alojaba la mesa de altar original, hoy perdida y sustituida en 1961 con motivo de la renovación general del templo que ese año cumplía el L aniversario de su elevación al rango parroquial.
Sobre la mesa del altar y ocupando el alzado del banco se dispone el sagrario que recibe forma de templete animado por columnas salomónicas, presentando la puerta del tabernáculo un relieve del Niño Jesús de la Pasión. También hay dos hornacinas a los lados que contienen la escultura de San Francisco, en el lado de la Epístola, mientras que la del lado del Evangelio se ha perdido. Este sagrario se remata en cúpula y linterna. El banco se desarrolla conteniendo las ménsulas con niños tenantes, que sostienen los soportes columnarios del cuerpo principal, que son de orden salomónico a partir del imoscapo, que aparece retallado, y coronadas por capiteles compuestos y dados de entablamento sobre los que corre una cornisa mixtilínea con entrantes y salientes que se curva y rompe en la calle central del retablo. En las calles laterales y sobre repisas molduradas y retalladas aparecen a la izquierda Santa Brígida y a la derecha Santa Bárbara, respaldadas ambas por edículos y cornisas rotas y enroscadas. Mención especial merece el imponente camarín, abierto a la iglesia por un arco trilobulado que apea sobre columnas salomónicas y contenido en un cajeado donde campea el emblema de la titular del templo entre ángeles.
El suelo del camarín avanza como una gran repisa convexa que sostienen ángeles niños en efectista composición. Hay que poner de relieve la ultilización de espejos en toda la parte baja del retablo y especialmente en el camarín para paliar la falta de luz natural de la iglesia y en consecuencia del altar mayor, recurriéndose a ellos no sólo como un elemento estético sino como un recurso técnico. La parte superior del retablo la domina el manifestador eucarístico situado en el ático, espacio que hoy sirve como camarín secundario a la escultura de San Miguel Arcángel. Sobre éste aparecen dos grandes ángeles tenantes que sostienen una cartela donde campea el relieve de Dios Padre. Todo el conjunto aparece envuelto en un cascarón casetonado que contiene emblemas marianos. En suma, se trata de un gran retablo que, aunque con algunas modificaciones importantes, ha llegado hasta nuestros días con buena parte de su original esplendor.
El segundo de los retablos en antigüedad es el que hoy acoge la imagen gloriosa de Nuestra Señora de La O, si bien entre 1961 y 2003 acogió la vitrina con el simpecado de la hermandad de Nuestra Señora del Carmen del Puente de Triana, y anteriormente a Nuestra Señora de La O dolorosa. Se trata de una pieza que, atribuida a Manuel Barrera y Carmona procede del desaparecido Oratorio de San Felipe Neri y llegó a la Iglesia de La O en septiembre de 1868 junto con gran cantidad de enseres que fueron cedidos por el Ayuntamiento de la ciudad. Se trata de un retablo que se apoya sobre poyo de fábrica, hoy recubierto de azulejos del primer tercio del siglo XX. Posee banco, decorado con pinturas alusivas a las ánimas del purgatorio, relacionables con el culto carmelita y firmadas por Juan Antonio Rodríguez hacia 1965. El retablo tiene un solo cuerpo articulado por una pareja de columnas marmorizadas, con imóscapos retallados y dorados, guirnaldas y coronadas de capiteles corintios que sostienen una cornisa curvada decorada con talla dorada con un resplandor en el centro. Se remata con un semicírculo casetonado que tendría sentido en su ubicación original.
Sin duda, el retablo más singular de los que se pueden admirar en la parroquia de La O es el que preside la capilla sacramental, donde reciben culto Jesús Sacramentado y la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Realizado entre 1927 y 1928 en la fábrica de cerámica artística “Nuestra Señora de La O”, propiedad de Manuel García Montalbán y García Montalbán, se trata de un retablo íntegramente realizado en cerámica vidriada. De planta rectilínea, arranca de un poyo de mampostería recubierto de azulejos pintados por Francisco Villarroel en el taller de Manuel Montero en 1928. El retablo consta de cuatro grandes soportes abalaustrados y adosados al muro que articulan el único cuerpo del mismo. En el centro se abre una hornacina cubierta con medio punto que cobija la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Sobre la cornisa campea el escudo de la corporación acogido en frontón curvo y roto, y por roleos.
Finalmente, hay que hacer mención de un último retablo, nuevamente realizado en cerámica en su integridad: el que acoge el lienzo con Nuestra Señora de Guadalupe, donado por peregrinos de Puebla de los Ángeles en 1957. El retablo, muy sencillo consta de poyo de cerámica apeado sobre balaustres del mismo material, un solo cuerpo donde se aloja en plano la pintura, flanqueada por dos pilastras cajeadas con relieves en candelieri, aletas laterales de roleos vegetales y se cubre por medio de entablamento igualmente decorado y un frontón y cornisa semicircular que alojan en el tímpano el escudo de México en un tondo custodiado por ángeles arrodillados. Se trata de una pieza anónima que procede de la fábrica de cerámica Santa Ana.